Valió la pena para los aficionados el pastón pagado en la entrada del día a priori menos atractivo de estos cuartos de final de la Copa Davis disputada en un recinto extraño para los seguidores alemanes: el coso de la calle Xàtiva. Alucinaron los hinchas germanos, más numerosos ayer que en la primera jornada, con los vericuetos del coliseo valenciano. Más de cuatro horas y media de un partido frío al principio, dominado por la apisonadora alemana, pero muy caliente al final, con el público en un puño ante la posibilidad, muy cercana, de una épica remontada.

La picardía de Marc López Tarrés (Barcelona, 35 años), sus pequeñas emboscadas imaginadas, los infatigables ánimos a Feliciano López, todo eso acabó por incendiar una plaza de toros aburrida al principio por un mediodía desapacible en València.

El diminuto tenista catalán, 16º de la ATP en dobles, acabó creyéndose capaz de todo. Y a medida que se fue soltando, tras perder los dos primeros sets, contagió a su compañero de juego y a toda la hinchada española, animada por pasodobles y por la fuerza de Nadal desde el banquillo español.

La química entre el número 1 del mundo y su viejo amigo Marc López (medalla de oro en dobles en los Juegos de Río 2016) traspasó los poros del coso taurino. Los ojos como platos de Sergi Bruguera retrataron la metamorfosis. Feliciano, arrastrado por el optimismo de Marc, sacó su volea del armario. Y vibró el coliseo.

Pero a España le faltó el último impulso. A Marc López le traicionó el físico. La gente se marchó satisfecha, consciente del titánico esfuerzo de sus jugadores, expectante ante la heroicidad que hoy necesita de Nadal y del jugador de la casa, David Ferrer, ojalá el broche de oro a su fabulosa carrera.