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La memoria

La memoria

R amón lo estaba pasando bien. Celebrando un cumpleaños, una victoria o lo que aquello realmente fuera, lo estaba pasando bien. Quizá no tan bien como aquel amigo suyo que había dejado de ver hacía un buen rato, pero lo estaba pasando bien. Caían los vasos, subían las risas y ese tipo de inofensivas consecuencias etílicas. Fueron pasando las horas y fueron cerrando los bares. Ramón salió entonces con los suyos a la plaza principal del pueblo, a tomar aire fresco. Alguien se puso a mear junto a una zanja y el resto se contagió de las ganas. Es difícil superar la tentación, es difícil esquivar el placer de una micción de ese estilo. Al cabo de unos segundos, Ramón notó que algo se movía en la oscuridad, allá abajo. Escuchó primero un leve quejido, un sonido infrahumano, que fue creciendo luego hasta los insultos y las mentadas de madre. Aquello que se movía a sus pies era aquel amigo suyo que había dejado de ver hacía un buen rato. Se había quedado dormido. Le habían meado encima.

Envidio la memoria de Ramón, que se acuerda de estas aventuras nocturnas, que sorprende además detallando qué partido se jugó aquella noche, quién lo ganó, quién marcó y cómo, y cuántas tarjetas sacó el árbitro. Ramón es matemático y eso igual tiene algo que ver, no lo sé, pero es un tipo de amigo en extinción. No solo porque matamos neuronas por encima de nuestras posibilidades, también porque al fútbol llegó Don Google para cargárselo todo.

No quedan misterios. No queda margen para la literatura ligera de sobremesa. Ese señor que juguetea con la cucharilla del café, que rememora un gol histórico en el descuento de un Burgos-Alavés del año 76, que lo desgrana con todo tipo de añejos y verosímiles detalles, y a todos el cuento nos parece perfecto porque ya vas medio borracho y en el fondo qué más da, y qué bonito todo hasta que un chaval saca el móvil, lo posa sobre el mantel y exhibe un puñado de pruebas: no era el Alavés sino el Osasuna, ni el año 76 sino el 74 y el gol lo marcaron cuando faltaba un cuarto de hora. Ese chaval te jode la vida porque te jode el momento, porque no ha entendido nada, porque a menudo la verdad no importa. A veces la verdad sobra.

A veces me pregunto qué recordaremos del fútbol de ahora, donde no hay acción sin imagen grabada. Igual morimos de sobredosis de realidad. Ya casi he olvidado la chilena de Ronaldo, que por un momento pareció instalarse en el altar de los grandes logros de la humanidad junto al revés de Federer, la luz en la pintura de Velázquez, el insulto de los canelones y la lista de la compra de Manolo Sanchis. Del Madrid-Juventus del miércoles, supongo que la mayoría recordará el penalti de Benatia a Lucas Vázquez y la expulsión de Buffon. Yo sigo esperando que pase la polémica para organizar una charla coloquio sobre Higuaín y sus santos cojones, sacándose un moco y mirándolo tranquilamente mientras se iba del campo para que entrara Szczesny, el portero suplente. Quizá dentro de un par de décadas yo sea un señor mayor que cuenta lo del moco como el momento estelar de aquel partido, y un chaval me acusará de mentir porque eso no aparece en Google ni en ninguna parte.

Lo del Madrid a la Juve lo he visto yo muchas noches de Erasmus con españoles e italianos, pero a la inversa, aunque ha pasado tanto tiempo del Erasmus que ya no sé si eso es verdad o una construcción mía a posteriori. He crecido convencido de que mi primer álbum Panini del Mundial fue el de México´86, pero ahora pienso que solo tenía tres años y lo más normal debió ser que mi padre me utilizara como yo utilizo ahora a mis hijos, yendo con ellos a comprar cromos para que parezca que no son para mí, por si cuela, sino para ellos. Se está poniendo la cosa fea y son mis escudos humanos. La otra tarde fui solo y al seco, desdeñoso y cortante ´no tenemos cromos´ de la dependienta le faltó un añadido tipo ´y madura un poco, hijo de puta, que ya es hora´.

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