Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Todos somos Iniesta

Todos somos Iniesta

En el centro del pueblo, frente a su casa, a diez pasos del frontón cubierto, las gentes de Fuentealbilla y de las peñas barcelonistas de la comarca levantaron un monumento a su hijo más querido: Andrés Iniesta. El balón pegado a su bota; la mirada firme, templada y decidida. Iniesta es un icono nacional; el jugador más querido en la historia del fútbol patrio. Por ser el mejor futbolista y la persona mejor. Metió el gol que hizo llorar de emoción victoriosa a un pueblo acostumbrado a la derrota desde la batalla de Rocroi, en 1643, cuando no había fútbol para desfogar sentimientos. En todos los campos de España, desde Algeciras a Mahón, desde Almería a Vigo y desde Càceres a Girona, es despedido con unánime ovación. Sí, aquel gol que hizo llorar a media España y medio mundo, fue el triunfo de lo hispánico sobre lo anglosajón, la revancha de siglos de humillación y sometimiento cultural. Nunca se olvidará y conforme pasen los años, las enciclopedias del deporte, las videotecas, agrandarán la figura de Iniesta y su gol. Hasta ahora estaban los goles de Zarra y Marcelino. Nada que ver con el triunfo definitivo de un jugador pequeño, de pueblo manchego, humilde, callado, que hasta los 12 años ayudaba en el bar de su abuelo o paseaba por los viñedos del término tras realizar los deberes escolares. Un chaval que sentía el frío del invierno albaceteño y el rigor del calor de la vendimia. Iniesta es el hijo de la humildad y del trabajo; es la España profunda, sufrida y callada. La España educada en el sacrificio, en saber callar, en el valor del trabajo, de la familia, del ahorro y de la previsión. Así es en general el pueblo manchego, Quijote en ideales y Sancho en realidades.

Iniesta inspira tranquilidad. Y ese sosiego natural es el que transmite y cautiva a un pueblo sometido a las volteretas emocionales, a empujones hacia el abismo. Iniesta se acuerda en el momento más hermoso de su vida deportiva del compañero fallecido. Y en su silencio reivindica la necesidad del silencio; en su respeto a todos, la necesidad de respeto. Iniesta apuesta por el trabajo callado. No luce belleza de cuerpo escultural ni miradas de ojos azules y lengua barata y fácil. Habla lo justo porque el silencio siempre será mejor que hablar por hablar. Por eso le aplauden en Barcelona, los unos y los otros, en Madrid, los unos y los otros, en Bilbao, todos, en Sevilla y en Tenerife. Y en Milán. Incluso en Amsterdam. Iniesta no tiene el Balón de Oro, porque tiene el mejor de los trofeos: el corazón abierto de las gentes. Me pareció que hasta los del Sevilla recriminaran al árbitro que le sacara la tarjeta. Pero hasta en eso fue Iniesta hombre grande: pidió perdón al árbitro por discutirle una decisión. Entendió que el árbitro hizo lo que tenía que hacer. Que aprenda Buffon.

De todas las virtudes de este chaval de ese pueblo que es tan manchego como valenciano, tan castellano como catalán, de todas las razones para alabarlo, me quedo con ese apego a su niñez; con la casa para vivir con sus amigos de la infancia; con las bodegas que emplean a gentes de su pueblo, con la inversión en riqueza segura, la que da la tierra que él pisaba en la sofocante vendimia. Invierte en Fuentealbilla, en bodegas. Ese apego a su raíz, ese seguir siendo de pueblo es lo que arrebata el corazón de toda España. Iniesta es como cualquiera de nosotros. Todos somos Iniesta.

Compartir el artículo

stats