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Cuesta abajo

Cuesta abajo

M ateu salió de fiesta. Pasaron unas horas y volvió. Metió la llave en la primera cerradura, llamó al ascensor, metió la llave en la segunda cerradura. Entró a casa y encendió la luz. Abrió la nevera, cogió la leche, abrió el armario y cogió el Cola Cao. Llenó un vaso y mezcló. Fue al baño y volvió. Abrió la nevera, cogió la leche, abrió el armario y cogió el Cola Cao. Llenó un vaso y mezcló. Miró la hora en el teléfono móvil. Abrió la nevera, cogió la leche, abrió el armario y cogió el Cola Cao. Llenó un vaso y mezcló. Fue a su cuarto, se puso el pijama y volvió. Abrió la nevera, cogió la leche, abrió el armario y cogió el Cola Cao. Llenó un vaso y mezcló.

Cuando su madre despertó y pisó la cocina, encontró una fila de cuatro perfectos vasos de leche con Cola Cao.

Mateu se nos casó la otra tarde, el día de la final de Champions y en plenos play-offs de ascenso, pero lo tenemos que querer igual. Lo bueno es que esa maniobra invalida cualquier argumento futbolístico suyo para siempre, de aquí en adelante, en plan ´a ti no te gusta el fútbol que te casaste el día de la final de la Champions´. En la boda Santi y Ripo sacaron un móvil salvador, pero nadie vio el partido a fondo. Eso no evitó, por supuesto, que todos opinásemos luego al respecto, porque esa es la regla número uno del fútbol y de la vida. La regla número dos es irte de las bodas sin despedirte.

Cualquier noche esconde un momento trágico. Lo aceptas de la misma manera que un futbolista acepta golpes, lesiones y derrotas en el horizonte de su carrera. El momento trágico nocturno suele asomar a traición. Lo estás pasando bien, lo estás pasando muy bien incluso, pero a mitad de una carcajada asumes de repente que ya has cruzado el ecuador, que hollaste la cima y que a partir de ahí todo será cuesta abajo, que ya queda muy lejos ese momento mágico de salir de casa, que lo que está más cerca es el despertar y la lista de cosas horribles que te tocan hacer mañana. Ese momento se enquista muy dentro y no te recuperas. Bajan la persiana y se apaga la luz: caen sobre tus hombros mil millones de losas. Ya nadie ni nada te levanta.

Los de mi quinta estamos en el umbral de un ecuador similar. Llevaba unos días tal que así: cada vez que veía una lista de convocados para el Mundial de Rusia sentía unos nervios de lo más tontos, la emoción naif e inevitable, la certeza de estar vivo, el picorcito, que es eso lo mejor que hay, la expectativa libre y gratuita. Luego hice cuentas y crucé la frontera: es probable que ya hayamos visto más Mundiales que los que nos quedan por ver. Estuve después observando a un abuelo en una librería: leía por encima un periódico tras otro, saludaba a los parroquianos y hasta a las dependientas sin la mínima intención de comprar alguno, aún con el palillo del almuerzo en la boca, pasando páginas con majestuosa parsimonia y santos cojones. Ojalá llegar a ese nivel de pasar de todo, me dije, algún día.

?Los errores del portero del Liverpool [no cabe Dudek, lo barato sale Karius, jeje, no] resbalaron rápido de la chanza a la pena. El fútbol es cruel, en la Champions y en Tercera, pero es el precio a pagar, un daño colateral y lógico. El impacto del error es proporcional al premio de la gloria a la que se aspira y asumir la brutal repercusión, lidiar con esa posibilidad, es parte capital del sueldo. Lo demás es fútbol Disney, propio de los tiempos que vivimos, infantiles respecto a las responsabilidades, alérgicos a las causas y las consecuencias. Pero la verdad es fea y seca: si el toro no pudiera matar, cualquiera sería torero.

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