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Inevitable

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Hace unas semanas Serer se me acercó alarmado. Resulta que habíamos publicado mal la clasificación del grupo IV de la Segunda División B, y el Murcia salía con tres puntos de menos. A mí la revelación me pilló por sorpresa porque no sabía que todavía existe gente que se informa de esas cosas mirando el periódico, y ni siquiera sospechaba que alguien se tomara después la molestia de contrastar lo publicado con la realidad, que ya me parece el colmo.

A partir de ese momento, cada vez que me encontraba a Serer, y me lo encontraba mucho en las previas de los partidos, en los homenajes a viejas glorias, en los viajes a domicilio, en las juntas de accionistas y en las puertas de los juzgados, vamos, en la rutina variada de nuestro equipo, el tío me recordaba el desajuste en la tabla del Murcia, que no había manera de que lo cambiaran. Se notaba de veras que esa errata le molestaba, lo llevaba fatal el pobre, se le hacía difícil vivir con esa tara, aunque ni siquiera sea del Murcia, que todo hay que decirlo. Su trastorno obsesivo compulsivo clasificatorio nos hacía bastante gracia y bromeábamos imaginando su impacto cotidiano: Serer rechazando sexo y su mujer preocupada, pensando si se había enamorado de otra, y Serer absorto mirando el infinito y dudando de la legitimidad ética de una civilización que no respeta los puntos ganados por el Murcia.

Acaba otra temporada de columnas y el balance es satisfactorio: se puede afirmar que no hemos aprendido nada. Podemos celebrar que no haya ninguna conclusión mágica, ninguna epifanía, ninguna lección especial a tener en cuenta. El fútbol me interesa ahora sobre todo cuando se aleja de la disertación moral, cuando huye de la trascendencia y abraza con descaro lo ligero. Quiero temporadas así: un partido y después otro y unos ganan y otros pierden y ya está. Quiero vidas así: una temporada y después otra y unos mueren y otros todavía no, y ya está. Lo mejor del fútbol es que nos planta frente a un espejo, aunque a veces ese espejo no nos guste demasiado. El sábado puse la radio y era como en los viejos tiempos. La última jornada de Segunda: una decena de partidos a la vez, las conexiones saltando de campo en campo, el sonido en morse del gol, los ruidos de las aficiones y las alteraciones de ánimo. Rejuvenecí para comprobar que hay cosas que no cambian. De repente me vi sufriendo en silencio y a solas, me descubrí nervioso de veras por equipos que me dan absolutamente igual. Es increíble lo gilipollas que nos ponemos con el fútbol. Es increíble, pero también inevitable.

Estas cosas nuestras, como ver la tanda de penalties de la quinta división de Burkina Fasso y pasarlo fatal, como vivir con la piedra en el zapato de los puntos que le faltan al Murcia, producen a menudo incomprensión. Deberíamos saberlo, aunque a veces no nos lo digan, deberíamos saberlo para ser más comprensivos con las rarezas de los demás. Mi mujer, Delia, por ejemplo, es muy de comprar plantas, traerlas a casa y no regarlas jamás. Se nos mueren hasta los cactus, se nos mueren hasta las siemprevivas en una bella paradoja del no va más. Se van unas plantas y vienen otras y vuelta a empezar, y yo no digo nada pero lo cuento aquí, yo no digo nada porque qué voy a decir, si casi me da un infarto escuchando por la radio los goles de futbolistas que una hora antes ni existían para mí.

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