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¡Qué tropa!

Este "miércoles negro" me han dado ganas de salir corriendo buscando una embajada para pedir el cambio de nacionalidad. Seguro que ya saben por dónde voy. Las tres noticias del día, la destitución de Lopetegui como entrenador de la selección por haber fichado por Real Madrid sin conocimiento previo de la Federación; la información desvelada de que el flamante ministro de Cultura y Deportes, Màxim Huerta, había sido sentenciado por un delito fiscal y condenado a pagar una multa cuantiosa. Y, finalmente, la sentencia a más de cinco años de cárcel del cuñado del rey actual que se creyó que podía sustraer dineros públicos únicamente por ser quién era dentro de la familia real, nos llevan a unas reflexiones pesimistas sobre nuestro carácter, nuestra idiosincrasia y nos proporcionan dudas fundadas sobre nuestra modernización. La verdad es que ante estos hechos medio mundo nos mira asombrados como si los españoles fuéramos extraterrestres. ¿Cómo es posible que el tal Rubiales, aun sintiéndose traicionado y engañado con razón por su seleccionador y por los intereses particulares de Florentino y el Real Madrid que son también parte culpable de este dislate, tome la determinación de destituirlo a 48 horas de la primera intervención del equipo español en el campeonato mundial después de dos años de preparación y sin haber sufrido ninguna derrota a sus espaldas? ¿Es posible que haya tomado esa decisión como si de una venganza siciliana se tratara? ¿Ha sido incapaz de entender que el interés general de la afición futbolística española que esperaba una actuación destacada de nuestros futbolistas con el efecto consiguiente de cohesión social de la que tan necesitado anda este país, estaba muy por encima del planteamiento alicorto, personal y visceral del celtibérico "el que la hace la paga" y "el a mí no me torea nadie"? Lo de Màxim Huerta ya ha tenido su desenlace: su dimisión. No podía ser de otra manera. ¿Cómo un gobierno que sale de una moción de censura contra la corrupción institucional del anterior partido gobernante puede nombrar como ministro a alguien que ha creado una sociedad interpuesta para pagar menos impuestos? ¿Cómo es posible que en esas circunstancias un señor que se dice defensor a ultranza de la cultura, cuyo pilar fundamental es siempre la honestidad, acepta un nombramiento de ministro? Era el interés cultural del país o su ascenso al olimpo ministerial lo que buscaba. ¿Cómo es posible que creyese que no le iban a sacar inmediatamente ese marrón y poner en una difícil situación al Gobierno socialista entrante? ¿De dónde sacó Pedro Sánchez a tal personaje, habiendo como hay numerosos y excelentes potenciales ministros de Cultura en el campo socialista? Al menos, el presidente socialista, al contrario de lo que hacía Rajoy con sus corruptos, ha tenido la coherencia de forzarle a pedir su dimisión. En el caso del cuñadísimo pasa lo mismo, aunque con mucha mayor gravedad: ha sido el interés personal y particular sobre el interés público y colectivo el que ha predominado claramente en su actuación. ¿En qué Escuela de Negocios le enseñaron a este señor que bajo el amparo de la figura real podía cometer las tropelías que la sentencia dice que ha cometido? ¿Se creyó que el país era el patio de armas del castillo de la Monarquía? ¿Cómo es posible aceptar que su esposa, la infanta, no sabía nada de sus turbios negocios? Muchos españoles se temen que su reclusión carcelaria no sea otra cosa que una jaula de oro, con todas las comodidades posibles y excelente trato carcelario, de la que no tardará en salir de una u otra manera, con unos u otros beneficios carcelarios. La ley es igual para todos, dicen algunos, pero para unos menos que para otros. Este es un país tan peculiar que hasta puede ocurrir que la selección termine ganando el campeonato mundial (cosa que dudo); que Màxim dimita (eso ya ha ocurrido); y que Urdagarín sea tratado exactamente igual que cualquier preso de las cárceles españolas. Entonces, sí que de verdad el resto del mundo nos verá, dado lo que hay hoy, como auténticos extraterrestres y nosotros los españoles nos veremos a nosotros mismos como ciudadanos de cualquier país democrático de nuestro entorno. Entonces, si me decido, volveré a pedir la nacionalidad española.

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