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Intentar gustar a todo el mundo

Intentar gustar a todo el mundo

Una cosa absurda de esta vida, pero a veces inevitable, es tratar de gustarle a todo el mundo. Empecé a entender que eso era imposible cuando supe que existe gente que odia a los Beatles, y terminé de captarlo al conocer detractores de Luka Modric, porque quién puede odiar a Luka Modric, seguramente los mismos que detestan las películas de Wes Anderson.

Odiar a Modric es odiar el pop, los manteles a cuadros y la primavera, e intentar gustar a todo el mundo es además una de las peores trampas de nuestra era. Se aprecia mucho en los entrenadores y en sus tomas de decisiones. A menudo se intuye que la acumulación de delanteros, el plan supuestamente de ataque, responde más al que dirán que a una verdadera convicción táctica. Pero en realidad, la valentía en el fútbol no consiste en atacar con más delanteros, sino en asumir la crítica y actuar desde el convencimiento, aunque el plan no siga los cánones de lo tribuneramente correcto, aunque desde la grada te griten por ello barraquero.

Dicen que este está siendo el Mundial de las sorpresas, pero me da que al final ganará alguno de los de siempre. Si hablamos de sorpresas, además, comencemos por Diego Capel, que este debía ser el Mundial de Diego Capel y ya nadie se acuerda de Diego Capel. Con él ocurrió una de esas cosas que todos sabemos pero miramos a otro lado: en la primera convocatoria después de ganar la Eurocopa de 2008, en el primer partido de Del Bosque como seleccionador, Capel fue la gran novedad, era el Messi español, y encima en el As le dieron el premio de El Dandy, El Crack o como se llamara aquello, no sé si en ese partido o el siguiente, el típico fail que preferimos no mentar, como los ridículos escolares que la memoria pasa benévola de largo, pero están ahí, y ya no podemos borrarlos.

Al final está siendo el Mundial del VAR, que tanta justicia me está ya dando un poco de miedo. Como empiecen a revisar el pasado y lleguen hasta la comprobación de mis excusas con los deberes, cualquier día me llaman del instituto para que repita el BUP entero.

Hoy se la juega Argentina, que lo ha tenido todo tan mal, que se vio ya directamente en la lona, que a nadie debería extrañarle que acabe levantando la copa. A veces desde el caos se construyen campeones, y los mundiales son muy de eso: empezar bien es casi siempre empezar demasiado bien, en plan Bélgica o México. Los fracasos de Argentina nos dejan siempre una bella lección: stop intensitos en el fútbol. Tanto drama sobreactuado me recuerda la alegría íntima del maracanazo de 2014, con David Luiz rezando y con el mazo dando, pesao, que este año sin él es más fácil tolerar las victorias de Brasil. Pero Argentina no escapa de la rueda del drama. A mí el mayor me parece el de Messi: hace unos años renunció a comer pizzas, haciendo caso al dietista, con la promesa de que así sería el mejor del mundo, el mejor de la historia, el mejor de todos, y si al final no gana el Mundial se arrepentirá toda la vida de estos años sin pizza, porque al menos a mí no me compensaría.

Hacerse viejo es vivir constantemente con la sensación de que se te olvida algo. Me he duchado pensando el cierre de la columna, y ahora me estoy volviendo loco para recordarlo. Creo que era algo del tío de Irán que hizo una voltereta antes del saque de banda, que encima le salió mal y terminó reculando para sacar en corto. El fútbol es así de extraño: ese hombre fue el único que de veras me representó como ser humano, y esa maniobra será la única del partido que recordaré, de viejo, cuando espere la muerte en vano.

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