El descaro juvenil de Kangin Lee, en los 23 minutos de su debut, será el único motivo por el que se recordará, en el futuro, el Lausanne-Valencia que se jugó ayer en los Alpes. Un amistoso en el que debutó el lateral italiano Piccini, apenas aterrizado en la concentración suiza, y que acabó con empate a cero y tormenta. El resultado debe entenderse como anecdótico, sin más conclusión que la de un entrenamiento televisado. Se vio al Valencia falto de chispa, menos concreto que en el debut contra el Galatasaray, pero con las ideas tácticas definidas. Como insiste Marcelino, el equipo debe consolidarse de atrás para arriba.

Volvamos a Kangin Lee, el primer futbolista asiático en debutar con el Valencia. Las primeras veces son imprevisibles. El wonderkid que se dio a conocer de pequeño ganando un reality show futbolístico en la televisión surcoreana, debutaba con el Valencia en un estadio suizo de tercera división sin gradas. Un campo con altavoces emitiendo temazos de los 90, con aspersores ingobernables, un bar con barbacoas humeantes y con una de las porterías que daba a un valle al que Txemanu y el resto de utilleros valencianistas debían bajar, casi con arneses, para buscar los balones perdidos. En este escenario entró en el minuto 22 Kangin Lee, ubicado de 9, donde nunca ha jugado. La posición era anecdótica, pero la oportunidad inmejorable.

Kangin salió sin complejos, pidiendo la pelota y buscando siempre dribbling, golpeo o asistencias de cuchara a las que Santi Mina, en una de esas tardes suyas imprecisas, no sabía leer. Los destellos de Lee, retirado en la media parte, fueron los mejores argumentos del Valencia en una primera mitad de dominio territorial contra un Lausanne bien plantado. El rival, descendido a la segunda división helvética, aguantaba con orden táctico, emulando al Lausanne que tantos aprietos dio en 1961 en Mestalla, en los octavos de Copa de Ferias, en un duelo afilado, decidido con 4-3 y remontada.

Más apuntes: la firmeza defensiva del debutante Piccini; las ganas de Nacho Gil, con dos asistencias en los tres primeros minutos; las buenas maniobras de Soler, como «8» o en banda; Wass pidiendo lanzar las faltas; o la escena del mediocentro francés Tiago Escorza, saliendo despedido en su intento de taponar la zancada majestuosa de Kondogbia.

Los emigrantes valencianos venidos a Lens desde Ginebra y Basilea animaban a los de Marcelino, pero no parecía suficiente. El entrenador renovó el once en la media parte y el Valencia imprimió más agresividad con Rodrigo, Parejo y Racic. La tuvo Medrán, lo intentó de media distancia Rodrigo. No venía el gol y sobre el campo de Christ Roi se cernía una buena tormenta. Rodrigo era el valencianista más fiable y más insistente, mientras que el Lausanne, que también refrescó su equipo, no perdía la cara y buscaba las cosquillas a balón parado. Thomas Castella, meta de los suizos, se erigió en héroe sacando guantes imposibles a Parejo, Lato y Rodrigo.