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Presentaciones

E n verano recopilamos una serie de columnas como esta y las publicó Libros del KO. El libro se llama «Barraca y Tangana» y el sábado lo presenté en mi ciudad, Castelló. Hay quien quiere que le lean fuera, pero a mí me gusta que me lean en casa, que tiene más mérito. Un político me explicó una vez que lo difícil no es que te voten los que no te conocen: lo difícil es conseguir que te voten aquellos que te conocen de verdad, aquellos que demasiado bien te conocen. Horas después de la presentación se me acercó un tipo y me felicitó por mi libro «Trancas y Barrancas». De lo mejor que me han dicho en mucho tiempo.

A mí las presentaciones no me gustan nada, así que voy a hacer unas cuantas, porque ya sabéis que la vida consiste en convertirte poco a poco en todo aquello que detestas. Ponerme gafas para parecer listo y teorizar sobre fútbol, columnas y periodismo es un gran paso hacia la derrota final. La sensación es recurrente: atravesar la vida en plan impostor.

Cuando empecé a salir con Delia, me invitó al cumpleaños de su madre. Estaban allí amigos de la familia. Yo había entrado recién en la universidad y uno de esos amigos de mis suegros era profesor. Me preguntó qué tal en la universidad y yo contesté que fenomenal la universidad, que era lo mejor la universidad, que de categoría me iba todo en la universidad. Me preguntó después qué profesores tenía, a ver si él conocía a algunos y les podía hablar bien de mí, pero el caso es que yo no me sabía ningún nombre de ningún profesor porque todavía no había pisado las clases. Me inventé tres o cuatro nombres y deslicé que eran jóvenes, que debían de ser nuevos, y que por eso no le sonaban. Todo esto tiene bastante mérito porque el cumpleaños de mi suegra es en diciembre.

Las presentaciones de los futbolistas son un género aparte. Por favor que nadie pida a ninguno nunca más que se bese el escudo, que nadie haga prometer a ningún delantero una cifra exacta de goles. Por favor que nadie ponga al tronco defensivo de turno a dar toques al balón, que no le hagan pasar ese apuro. La mejor-peor presentación de la historia la cuenta Joe McGinniss en El milagro de Castel di Sangro.

La temporada ya estaba avanzada cuando llegó a Italia el delantero nigeriano Robert Raku Ponnick. Con gran expectación, la noticia impactó a nivel nacional y decenas de periodistas acudieron a la rueda de prensa. Ponnick ni siquiera esperó a que le preguntaran. Simplemente empezó a hablar: batiría el récord de goles de la Serie B, subiría al modesto Castel di Sangro y conquistaría a todas las mujeres del pueblo. Ponnick aseguró manejar «la polla más grande de toda Italia», un detalle que acentuó el interés nacional de cara a su debut.

El club montó un partido amistoso y Ponnick no defraudó. Vio una amarilla por pegarle a un compañero, puso a prueba los límites de la coordinación del cuerpo humano y el árbitro le regaló un penalti tras un piscinazo infame. Ponnick discutió con el especialista para tirarlo y, cuando se disponía a chutar, cayó desplomado en el suelo por un supuesto dolor en el costado. Se acercaron los médicos, los compañeros, los rivales y los aficionados. Cuando Ponnick vio que el portero había abandonado la portería, se levantó, marcó a puerta vacía y lo celebró por todo lo alto. Ya entonces el teatro se había ido de las manos, porque todo era eso, un teatro, un montaje de la compañía teatral Guastafeste. El falso delantero se metió en los vestuarios increpado por los aficionados, la megafonía del estadio pidió un caluroso saludo a la compañía y el árbitro, también actor, culminó la obra bajándose los pantalones y enseñando el culo. Las críticas fueron durísimas. Justo el tipo de crítica que merece Emoji, la película. Es tan mala que debería llamarse emojidoengañados.

En la presentación de Barraca y Tangana me acompañó un delantero de verdad, David Cubillas. Pensé en destacar que un futbolista leyera libros, pero luego pensé que mejor que no. Nadie destaca que un informático lea libros, o un panadero, o un periodista. Con los futbolistas sí: un pretendido elogio se convierte en un insulto velado. «Mira, un futbolista que lee», dice la gente, y se sorprende como si le hubieran dicho «mira, un elefante que lee».

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