Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un triunfo inaudito

para huir de la monotonía y lo mundano, el ser humano tiende a refugiarse siempre en una perversa idealización de épocas pasadas, supuestamente marcadas por la presunta existencia de grandes prohombres que encarnaban hazañas, ideales y valores, hoy diluidos en un magma de mediocridad y lugares comunes.

El maestro Woody Allen supo descifrar esta paradoja a la perfección en su película «Medianoche en París», dejando con poco valor la afirmación del poeta de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

El reciente triunfo del Levante en la Meseta, ha servido para desempolvar el recuerdo de aquella épica noche de febrero del 2007, en la que Salva Ballesta aprovechó una pena máxima para estrenarse como pistolero granota, fusilando a Casillas (entonces San Iker), y de este modo, desarmar al Real Madrid en su propio feudo.

Esa temporada se hizo historia, no sólo con el triunfo del Bernabéu, ya que la permanencia se logró en el Ciutat en un imborrable derby frente al Valencia de Villa, Silva y Joaquín, con un abultado 4-2 en el marcador.

Sin embargo, el paso del tiempo nos sirve también para corroborar con perspectiva que detrás de esos hitos, el Levante de entonces era un club antipático, histriónico y, como se comprobaría poco tiempo después, peligrosamente inestable.

En lo deportivo, la gestión 'made in PC Fútbol' de Villarroel implicaba la constante entrada y salida masiva de jugadores y entrenadores. Ese año, el club prescindió de Mané para incorporar a un técnico hierático, insípido y efímero como López Caro, que pasaría a ser sucedido por un kamikaze táctico como Abel Resino.

La consecuencia lógica de semejante vaivén de nombres es que el equipo carecía de la personalidad y alma propia que Manolo Preciado supo contagiar a todo el levantinsimo.

Uno de los pocos referentes sobre el campo era el capitán, Iñaki Descarga, un componente de los héroes de Chapín que acabaría defenestrado por la infame grabación en la que, junto al entonces presidente de la entidad, Julio Romero, conversaba sobre el amaño del último partido de la liga frente al Athletic, con el fin de evitar el descenso de los bilbaínos a segunda.

Entre el gol de Salva que silenció a la España merengue, y la carrera de Morales que dejó en tierra Ramos, media algo más que el paso de los años. Nada tiene que ver el Levante de entonces, con el de hoy.

El levantinismo tiene en Morales un Comandante que ejerce un liderazgo indiscutible sobre el terreno de juego, un técnico como Paco López que ha generado una simbiosis especial entre equipo y grada, evocando los mismos valores humanos que Preciado y Luis García.

Por encima, una estructura deportiva que, con sus fallos, actúa de forma autónoma y profesional, y una estabilidad económica e institucional que permite mirar con ambición el futuro inmediato, desde la tranquilidad que otorga el haber hecho los deberes de forma diligente y responsable.

Este triunfo inaudito no ocupará portada alguna, ni abrirá ningún informativo deportivo, pero es sin duda alguna el auténtico motivo de orgullo para todos los granotes; ser un club de la élite, sin complejos.

Compartir el artículo

stats