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La magia

L o mejor de vivir en Castelló de la Plana es que lo prometido es cierto: es plana. Es algo que valoro sobre todo cuando voy a ciudades con cuestas. Pese a todo últimamente salgo de casa y se alza frente a mí un muro imaginario. Siento una fuerza que me imanta al portal, una fuerza de la que solo puedo huir caminando de una manera muy cómica, por penosa y lenta. Los primeros cincuenta metros voy tan despacio que me adelanta un rosario de abuelas. Cada día igual, parece que me estuvieran cambiando con 0-1 en el marcador, en el minuto 93 de un partido a domicilio. Igual un día me despisto y me agacho a bajarme las medias, a sacar las espinilleras, y me giro a saludar a los aficionados. Igual un día me sacan tarjeta amarilla.

El caso es que me arrastro y el caso es que no sé: cruzo el portal y cada pensamiento me hunde contra el suelo. Todavía quedan siete u ocho meses de temporada. Cuántas ´conjuras´ de vestuario faltan. Cuántas ´finales´ faltan. Cuántas faltas a la barrera faltan. Cuántas tonterías faltan. Y cuántas temporadas después de esta. Una tras otra.

La vida es eso que pasa mientras a) todo lo que sea puntuar fuera de casa es bueno y b) hay que hacer bueno el empate ganando la próxima semana en casa. Y que no falte, de vez en cuando surge la magia, pero ese mínimo de alimento básico que no falte. De vez en cuando surge la magia. Se está poniendo de moda que un futbolista se tumbe detrás la barrera para tapar un posible lanzamiento raso de falta. Por fin una maniobra en el fútbol que podría hacer a nivel profesional. De vez en cuando surge la magia. El sábado se me ocurrió llamar várbitro al árbitro del VAR. Con eso salvé la semana y quién sabe si la temporada también.

?Pero lo otro, que no falte. Lo de andar por casa, las miserias rutinarias. A menudo solemos dar por hechas un montón de cosas. A menudo solemos dar por sólidas algunas conquistas que bailan al viento, sea el estado del bienestar o nuestro sistema de ligas y ascensos. Asumimos que el fútbol mantendrá siempre aquello que nos conquistó, y no creo.

Estos días ha vuelto esa amenaza cíclica de una Superliga europea cerrada. Con ella lo imposible dejará de ser posible, aunque improbable. Con ella el anhelo del hincha tendrá un límite antes de empezar a soñar siquiera. Con ella el hincha acelerará su conversión a cliente. Cuando eso ocurra, si ocurre, se acabará el fútbol para mí, suelo decir, dimito, pero lo he dicho tantas veces y con tantas otras cosas, y siempre lo incumplí, que cabe reconocer que no existe un chantaje emocional tan preciso como el que ejerce el poder con el balompié. El fútbol vive de secuestrar nuestras emociones y cobrarnos el rescate. Lo que venga no será igual, pero será, y seguiremos ahí, más o menos. Y les vale.

En la vida no basta con tener la razón. Suelen ganar los que tienen un plan, no los que tienen razón. Suelen ganar los que tienen mayoría en los consejos de administración, no los que ganan los debates. Solemos olvidar lo básico. En el fútbol y en casi todo somos los que muerden el anzuelo, no los que manejan la caña. Allí donde nunca surge la magia, mandan los que cada mañana salen corriendo de casa, después de haber hecho incluso la cama.º

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