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Es como todo

Es como todo

M i amigo se había separado, andaba algo decaído y aceptó pasar un fin de semana con amigos en una casa rural, para desconectar y tal. No recuerda o no quiere acordarse cómo, pero acabó en una cama rural con una rubia que no era rural sino urbana, y que apareció por allá. En un momento dado, en pleno éxtasis coital, mi amigo empezó a gritar, y hasta aquí más o menos todo normal. La rubia urbana supuso con lógica que aquellos alaridos se debían al placer rural, y siguió dando botes encima, motivada en la faena, todavía con más fuerza. Solo cuando vio las lágrimas rurales caer por las mejillas urbanas de mi amigo empezó a sospechar. Aquello ya era demasiado y estaba en la verdad: mi amigo no lloraba de placer sino de dolor. Se le había salido una rótula. No podía dejar de llorar.

Cuando barnizan con exceso de maquillaje cualquier historia de fútbol, recuerdo la crudeza de la rótula de mi amigo. La delgada y a veces imperceptible línea que separa lo glorioso de lo cómico, y lo épico de lo ridículo.

También la historia del 'iros a cagar'. Mi equipo estaba perdiendo y necesitaba empatar. El entrenador se hartó de los jugadores, que no daban una, los mandó a paseo con el brazo y gritó 'iros a cagar', pero el capitán en el campo entendió un inspirador 'iros a atacar'. Eso hicieron: se volcaron en la ofensiva, marcaron y salvaron el resultado. Seguro que las crónicas se bañaron en una piscina de épica. La puta épica del fútbol, como siempre, os digo: 'Iros a cagar'.

?Las constantes de conflicto de la condición humana según Steiner son cinco: la confrontación entre hombres y mujeres, entre viejos y jóvenes, entre la sociedad y el individuo, entre vivos y muertos y entre humanos y dioses.

Ojalá saber de qué sirve todo esto.

A menudo me pasa que leo los periódicos y me deprimo. Es abrumador comprender lo que hay y lo que viene, cómo está el mundo. No es ningún mérito y menos aún mi revolucionaria respuesta: hacer como si no existiera y pensar en otra cosa. Paso a los deportes y el asunto no mejora. Todas esas taras del fútbol que nos asquean: de los amaños al dopaje, de la violencia a la corrupción, de la homofobia al racismo, del machismo a los gilicórneres o la presentación del Pato Sosa. Todo eso está ahí desde siempre pero hacemos como si no estuviera, como el hambre y la pobreza extrema, porque hay que vivir de alguna manera.

Abusamos en la vida de la capacidad de no sentirnos aludidos. La muchedumbre, como escribió Buford entre los vándalos, siempre son los otros. La que acabó con Sócrates. La que acabó con Jesucristo. La que prefería a Morata. La que salvaba a Juan Camus. La muchedumbre nunca somos nosotros. Nosotros no formamos parte de la muchedumbre.

¿Seguro? Cualquiera puede verlo. Es como todo. Esto no va a acabar bien, pero seguimos adelante viviendo en los márgenes, como si fuera a salir perfecto.

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