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Opinión | Centenario del VCF

Capítulo 3: Iñaqui Eizaguirre, el primer rebelde

Álvaro, Eizaguirre y Juan Ramón en la final de Copa de 1946. archivo levante-emv

Ignacio Eizaguirre Arregui y Juan Acuña Naya fueron las dos grandes relevaciones del fútbol durante la Guerra Civil. Iñaqui tenía 16 años cuando debutó con el Real Sociedad. Acuña lo hizo en 1938 con el Deportivo en partido jugado en Ferrol, ciudad que aún era de todos. El fútbol tuvo efecto balsámico durante la contienda y por ello en las zonas en que no había tiros se trataba de llevar a las retaguardias la noticia amable del deporte.

San Sebastián estuvo pocos días en manos republicanas y uno de los defensores fue Antonio Ortega Gutiérrez, coronel que, posteriormente, presidió el Real Madrid y que no ha sido reconocido como tal. En Coruña no hubo batallas porque desde el comienzo todo estuvo en manos de los militares. Al gobernador civil y a su esposa, que estaba embarazada, los fusilaron inmediatamente.

Iñaqui jugó con el Real partidos amistosos y los del campeonato dedicado a las Brigadas de Navarra. Acuña lo hizo en los torneos organizados en Galicia. Ignacio ( Iñaqui lo fue sólo a partir de los años cincuenta por la obsesión del régimen por la castellanización total) era hijo de Agustín Eizaguirre, guardameta suplente de Zamora en la selección. Destacó rápidamente y en la Real no se plantearon la posibilidad de colocarle en el banquillo, de buscarle un guardameta de más experiencia. Se ganó la confianza rápidamente y de ahí que jugara en un equipo en el que había jugadores ya fogueados como Balbino, Acero, José María Querejeta, y José María Marculeta. En aquella delantera aparecieron Epifanio Berridi Epi y Paco Bienzobas en la delantera. Los Berridi fueron tres.

En los partidos preparatorios de la selección franquista, que disputó dos encuentros con Portugal, en Vigo y Lisboa y perdió los dos, Eizaguirre llegó a jugar con Ciriaco y Quincoces como defensas además de Gabilondo, Vega, Ipiña, Gárate, Venancio, Chacho y Vázquez. En Pamplona, el 26 de septiembre del 37, en partido entre «Probables» y «Posibles», con gran despliegue político en las gradas, Ignacio fue alineado con Zabala, Oceja, Muñoz, Arana, Ipiña, Epi, Amestoy, Vergara, Paco Bienzobas y Gorostiza. Iñaqui no llegó a ser internacional entonces por su juventud. Lo fue después de la guerra.

Aquellos partidos y la gran aceptación que tuvo en el club realista fue el principio de la rebelión, la primera de un jugador que renunció a un contrato y puso en cuestión en el fútbol español el derecho de retención. «Al principio del el torneo de Brigadas de Navarra los jugadores no teníamos ficha y el dinero era para la Fuerzas Armadas». Ignacio me contó su problema en el Club Náutico de San Sebastián del que era presidente. «Mi ficha de amateur me la pasaron a profesional. Jugué el torneo de ascenso y nos dieron quinientas pesetas de gratificación a profesionales y amateurs. Firmé el recibo a efectos administrativos y ahí me pillaron». Ignacio firmó un contrato por dos años por 6.000 pesetas. «No me gustó aquello y rompí el contrato. Propuse jugar dos años gratis para que me dieran la libertad y no llegamos al acuerdo».

El padre de Ignacio era representante de firmas de empresa de tela y ello le proporcionó la posibilidad, en plena rebeldía de trasladarse a Barcelona. «Allí conocí a Martorell, Trias, Balmanya, Raich y Escolá que estaban sancionados por cuestiones políticas». Durante un año se entrenó con los jugadores del Español y especialmente con el guardameta Martorell que fue internacional.

Luis Colina, que estaba al tanto de lo que sucedía, trató de resolver el problema. El derecho de retención era un sistema injusto que tardó años en desaparecer. Tanto que fue con otro jugador que acabó en el Valencia, Joaquín Sierra Quino, con el que se ganó definitivamente la batalla. Quino fundó junto al catedrático de Derecho Laboral, y senador socialista, José Cabrera Bazán, la AFE. Le ganó la batalla a Pablo Porta, presidente de la Federación Española. Hubo que acudir a una huelga para acabar con el derecho de retención, que permitía a los clubes renovar el contrato del jugador con sólo aumentarle el quince por ciento de su salario.

Colina pactó con la Real el traspaso del jugador por 60.000 pesetas y a Ignacio lo contrató por noventa mil. Iñaqui debutó en el Valencia en 1941. Durante varias temporadas fue titular indiscutible. Jugó un total de 250 partidos como valencianista. Fue campeón de Liga en tres ocasiones y además ganó una Copa. Fue dos veces subcampeón de Liga y tres de Copa. Superó a Pío en la portería y tuvo que mantener con el nulense Antonio Pérez un emotivo duelo. Éste llegó procedente del Atlético de Madrid y ambos compartieron la meta de Mestalla. Pérez presionó a Iñaqui y la rivalidad en el campo fue tal que en una semifinal de Copa con el Athletic de Bilbao Antonio sufrió un encontronazo y pese a las atenciones del doctor Ribes parecía que no se podía reincorporar al juego. Eizaguirre se colocó los guantes, llegó a la portería donde yacía Pérez y éste, al ver al donostiarra dio un respingo, se levantó y no consintió en ser relevado.

Eizaguirre sentó plaza de elegante. En aquellos años los guardametas usaban rodilleras porque en su área todo no era césped. Los guantes eran menos aparatosos que las actuales manoplas y los jerseys, en algunos casos, merecían pase de modelos. Lo más chic de entonces era el jersey de escapulario. Ignacio creó estilo en la indumentaria y era el ídolo de los fotógrafos. Todos competían por lograr la mejor de las estiradas. Era el gran especialista en las palomitas y de ellas dejó constancia Vidal padre en Levante-EMV. Finezas, de familia de fotógrafos taurinos, buscó siempre la palomita de Iñaquí y años después retrató a Quique sentado en el larguero del estadio Chamartín.

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