La Vuelta Ciclista a Levante empezó a disputarse en el año 1929, organizada por el diario El Pueblo. Se trata de una competición que recorre el territorio valenciano de norte a sur y de este a oeste y que este año celebrará su 70 edición. Lamentablemente, hubo años en el pasado en los que, por distintas razones, dejó de celebrarse. A lo largo de los años ha cambiado su denominación y en el presente se denomina Vuelta Ciclista a la Comunitat Valenciana.

Un personaje curioso en la historia de esta competición, en la que han tomado parte la flor y nata del ciclismo español e internacional, fue Francisco Lozano. Estamos a principios de los años treinta del siglo pasado, en el momento que los Mariano Cañardó, Vicente Trueba, Ricardo Montero, Salvador Cardona, Emiliano Álvarez, Valeriano Riera, Antonio Escuriet, Eusebio Bastida, Pedro Albiñana, entre otros, dominaban el ciclismo español, y lucían sus galones en la Vuelta Ciclista a Levante.

Coñac en el avituallamiento

Para conocer a nuestro personaje hay que remontarse a los inicios de las primeras ediciones de la Vuelta Ciclista a Levante y adentrarse en la prensa de esos años. Los periódicos hablaban de un routier -así se denominaba a los ciclistas- que llegaba siempre el último. El personaje se llamaba Francisco Lozano, conocido con el mote de Catalina. La prensa valenciana lo definía como un bigardo bueno, simpático e inteligente. Catalina se afilió Velo Club y, en las primeras carreras en las que tomó parte, procuró llegar el último a fin de llevarse el premio de consolación.

La fama le llegó con ocasión de la disputa de la Vuelta Ciclista a Levante, una carrera que despertaba una enorme expectación por los pueblos por donde pasaba.

Hay que recordar que la televisión no existía, que las carreteras eran de tierra y que en los puestos de avituallamiento se servía agua, cerveza, vino, limonada y coñac. Sabedor de la repercusión mediática de la prueba, Catalina comentaba: «Yo siempre llegaba cuando apenas faltaban unos minutos o unos segundos para el cierre del control. La gente de los pueblos me esperaba estoicamente y me animaban. En una de las ediciones, salí de casa con 20 céntimos y regresé después de bien alimentado con veintiocho duros».

Las simpatías que este hombre generaba propició que un número de aficionados fundara la Agrupación al Servicio de Catalina, que llegó a contar con doscientos afiliados y cuya misión consistía en impedir que le arrebaten a Catalina el último puesto.

En cierta ocasión en la que el premio para el último clasificado era de 25 pesetas, Catalina se encontró a escasos metros de la meta con un ciclista que estaba tumbado esperando que pasara Francisco Lozano.

Se enzarzaron en una discusión y acordaron llegar juntos. Al llegar a la línea de meta Catalina le dio un fuerte empujón a su contrincante, y de este modo llegó el último.

«Un poco de caldo, fill meu»

Cuenta Catalina en las entrevistas su estrategia para conseguir buena comida y dinero: «Al entrar a un pueblo, yo preguntaba en tono lastimero y con voz jadeante: '¿Hace mucho que pasaron mis compañeros?' Me siento morir? Inmediatamente, las mujeres me daban un poco de caldo, fill meu i un got de llet. No me privé de nada. En ocasiones, algunas huertanas me ofrecían una hogaza de pan tierno y una ristra de botifarrons que yo devoraba cuando nadie me veía».

Hoy, personajes tan entrañables como Francisco Lozano ya han dejado de formar parte del paisaje de la Vuelta Ciclista a la Comunitat Valenciana. Catalina es el icono de una época ya pasada, pero no exenta de hombres y mujeres que ayudaban a los necesitados, aunque estos fueran un poco pícaros.