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La ingenuidad

La ingenuidad

La gente tiene planes maestros para todo. Yo ni siquiera sé qué cenaré esta noche.

Admito que en algún momento llegué a pensar que el VAR serviría para acabar con la polémica arbitral, una estupidez cualquiera, igual que en su día creí que los concursos de mates del All Star tenían algo que ver con el baloncesto.

Lo bueno del fútbol es que permite estos pensamientos ligeros y aventureros, poco meditados, porque sus secuelas son limitadas. Pase lo que pase, al final uno piensa que solo es fútbol, que no es tan importante, que tampoco pasa nada. Alrededor de esta idea se ha instalado un ecosistema teatral con muchos personajes y pocas personas. La gente no busca en el césped personas con sus mismos defectos y temores. La gente busca en el césped semidioses a los que adular con más fe que razones, y de modo efímero. Llegado el caso, así, también los puede castigar sin remordimientos. Ese tinglado se llama fútbol, no es importante, no pasa nada. El problema es que futbolizamos la vida, primero, y futbolizamos la política, luego.

Entre el vacío y el exceso vamos pasando páginas que nos rozan sin dejar huella. Pasan Copas y Ligas y Ligas y Copas, pasan temporadas enteras, y apenas se nota. Yo me siento de una generación peculiar. La primera generación de la historia que nunca seremos adultos. No adultos en un sentido pleno, al menos. Del amago de juventud infinita, de esta postadolescencia estirada que apuramos demasiado, como quien añade diez minutos más a la alarma del despertador, saltaremos directamente a la senectud. Lo veo venir, ya casi está aquí, nos encogemos de hombros porque de algo hay que morir: pronto seremos abuelos prematuros, nostálgicos de la socialdemocracia, el noise pop y el 4-4-2 en rombo.

? El 4-4-2 en rombo representa en mi cabeza una época de candidez extrema: una época de confianza en el ser humano. El 4-4-2 en rombo es un apéndice de la Ilustración. Es razón, simetría y conocimiento. Ingenuidad, seguro. Mentira, quizá.

El 4-4-2 en rombo pertenece a esa época en la que nos empezaron a explicar el fútbol con fichas magnéticas sobre un tablero, y todo tenía coherencia y sentido, y a cada acto le seguía una lógica consecuencia. El 4-4-2 en rombo se sustentaba en equilibrio: uno que quita y otro que da, uno que entra y otro que sale, uno que viene y otro que va, uno que rompe y otro que espera. Lo colectivo mejorando al individuo. Un sistema que funciona y depara unos resultados justos. Llegamos a pensar que el fútbol no tenía secretos, que del fútbol lo entendíamos ya todo, llegamos a pensarlo de la misma manera que un día creí que el VAR serviría para acabar con la polémica arbitral. La melodía redonda imponiéndose a la maraña ruidosa, sin aspavientos. Lo dicho, una época de ingenuidad extrema.

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