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Noventa noches

El capitán del Valencia, Dani Parejo. F . CALABUIG

Lo cuenta Josep Pla en las primeras curvas de Vida de Manolo. El niño Manolo estaba flojucho y lo enviaron al campo. Al llegar, la nodriza le dijo: «Si ves que un mulo mata a una polla de una coz, me la traes al instante y te la frío». El niño Manolo empezó a matar a pedradas a un par de polluelas al día, a escondidas. «Me di unos ágapes espléndidos». El niño Manolo tenía hambre. El niño Manolo se recuperó pronto.

En el fútbol existen dos tipos de delanteros. Los que esperan que el mulo mate a una polla de una coz, y los que matan las polluelas a pedradas. No hace falta ni decir nombres. Tampoco hace falta decir qué delanteros prefiero. Los que han pasado hambre. Los que mantienen el hambre.

La otra virtud que le pido a mis delanteros es que sepan sus limitaciones. Tan importante como saber hacer algo, en el fútbol, es no olvidar qué no sabes hacer. Es básico y conviene no olvidarse nunca. Vale para los delanteros y vale para los equipos, que a menudo olvidan lo que cuesta todo. Vale para el ser humano.

En el fútbol es básico no venirte arriba demasiado. Una escuela de vida: primero descubrí que no cambiaría el mundo, después que ni siquiera cambiaría a mi equipo, ni por supuesto el fútbol. Tal vez el mundo y el fútbol me cambiaron. Tal vez mostraron cómo soy, y no cómo pensaba que era.

El fútbol nos ceba la rutina. Que no falten anzuelos para seguir tirando. En mayo veré a La Estrella de David y Las Ligas Menores, que ya tengo hasta las entradas de los conciertos. Y lo mejor no será ese día, ni mucho menos, esa noche igual me da pereza y me quedo durmiendo, o me lío antes de fiesta y se me pasa la hora de los conciertos. Lo mejor es la previa. Lo mejor es que ahora, cada vez que salta alguna canción de esos grupos en Spotify, siento una alegría moderada y limpia, una alegría automática y sostenible, porque pienso qué bien, en mayo los veré en directo.

Ese anhelo expectante es también y sin duda lo mejor de clasificarte para una final. Le pasa al Valencia ahora con la de Copa. Lo mejor es la previa. Es como el pasaje de otro Manolo, el Gafotas, en uno de los libros de Elvira Lindo, cuando Manolito le pega el primer mordisco al primer helado del verano, y otea las semanas de libertad sin colegio a mano. Manolito no lo sabe, porque es un niño, Manolo solo puede intuir que ese es un momento para relamerse, un instante extraño de felicidad plena. Como un cometa lejano pasa en la vida algo así, y después en la vida adulta cada vez pasa menos, una emoción así de pura. Los momentos que consiguen ese efecto son los que dan sentido al fútbol, a nuestra militancia estrafalaria, a nuestra incorregible irracionalidad futbolera.

Al hincha del Valencia le han regalado este año un verano. Un momento de esos tan raros. Se clasificó para la final de Copa con tres meses de margen, en el balcón de marzo. Son noventa noches de irse a la cama soñando despierto con goles, robos, remontadas y caños. Son noventa noches de acostarse con una motivación inapelable para seguir viviendo, y eso no tiene precio, por si alguien no lo tiene claro. Noventa noches son muchas noches. Noventa noches de epifanías de colores. Una maravilla de verano.

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