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La contracrónica

Dos "partidos" y una victoria crucial

Mestalla anima aunque la Curva Nord callase en una tensa primera mitad en la grada - En la reanudación todo el campo empuja a un triunfo de Champions

Parejo y Garay celebran el segundo gol del Valencia CF. f. calabuig/sd

Minuto 17 de partido en el Valencia-Real Madrid. Un sector de Mestalla corea «¿Curva dónde estás, Curva dónde estás?». Entonces la grada de animación rompe el anunciado silencio con el que quería protestar por el reparto de las entradas para la final de Copa del Rey del 25 de mayo. «¡Anil, canalla, fuera de Mestalla!». El rugido fue contestado y acallado de forma mayoritaria por el resto del estadio. Ese fue el momento de mayor división que vivió anoche el recinto valencianista, lleno ante la visita de uno de sus eternos rivales. Con el arranque de la segunda mitad, la Curva Nord reinició los cánticos, hasta el happy ending del 2-1.

Anoche, en esos 45 primeros minutos, hubo dos partidos. Uno jugado en el césped y otro en la grada, ambos dominados a base de impulsos. El cese de la animación por parte de la Curva Nord no impuso el silencio en el campo, aunque la atmósfera de la velada fue muy distinta a la acostumbrada. Habituada a acogerse a los coros de la grada joven, Mestalla animó, de manera más familiar, menos organizada, con un repertorio más irregular en el que a veces se entremezclaban cánticos procedentes de sectores lejanos. La gente fue tirando de la gasolina básica de los aplausos, batiendo palmas para acompañar algún pasodoble iniciado por la banda de música. Era un sonido no tan enérgico y localizado, pero más estéreo, de duración breve y con el elenco básico de canciones. «Valencia Club de Fútbol, lolololo», «A por ellos»... Hasta el cisma del minuto 17. Manolo Mas, speaker del club, intervenía con un «fútbol, fútbol, equip, equip», intentando girar la prioridad al césped.

En el campo se disputaba un partido dominado por las imprecisiones, como contagiado por el ambiente errático en la grada. Ninguno de los dos equipos lograba agarrar la iniciativa, hasta que llegados a la media hora, con las maniobras siempre al límite de Daniel Parejo Muñoz, el Valencia empezó a triangular, a durarle más la pelota y comenzó a aparecer la zancada poderosa de Carlos Soler, un valor indiscutible con sus 22 años. Las manos de Odriozola, en el minuto 33, demostraron que ante la reclamación de un penalti no hay dique que valga en un estadio. Todo Mestalla exigió una pena máxima que Jaime Latre, previo VAR, apreció como manos involuntarias.

Fue la antesala del gol. Gonçalo Guedes, activado con el aviso que le mandó Marcelino en Sevilla retirándole en el descanso, volvió a su versión más incisiva, y batió a Keylor Navas con un disparo ajustado al palo. El estallido de felicidad en el campo fue global. Fueron minutos para dejar finiquitado el partido. Desde la frontal del área, primero Kondogbia y luego Rodrigo, olieron el 2-0.

La reanudación devolvió la actividad a la Curva Nord, que trasladó su mensaje de fuerza al club, si bien otro intento de cantar contra el presidente Anil Murthy no fue acompañado por la grada. Toda la prioridad volvía exclusivamente al césped. El Real Madrid intentaba acercarse a los dominios de un Neto imperturbable a la hora de blocar los disparos, poco claros, de los visitantes, a los que la sombra de Cristiano Ronaldo, delantero de época, acompañará mucho tiempo. En cambio, el nuevo escenario dejaba el partido franco para los contragolpes blanquinegros. Carlos Soler tuvo el 2-0. Estaba en una excelente posición y su elección fue la correcta, aunque se quejasen los acompañantes Guedes y Rodrigo.

Mestalla paladeaba el partido y el resultado favorable. Volvió la preciosa escena de la iluminación con los teléfonos móviles (simpática herencia de la visita del Celtic) y, después de las ovaciones a Guedes y Soler en sus retiradas, el encuentro se encaminó hacia el desenlace vertiginoso tan tradicional de esta temporada.

El Valencia desperdició otra contra, finalizada con taconazos. Entre todos se protegió el triunfo, rematado por el cabezazo de Garay. Mestalla cantó, a una, «madridista el que no bote», recetó «olés», entonó el himno y se regodeó ante la anulación de un penalti por parte del árbitro... en definitiva, tembló con la rotundidad de sus 96 años de vida pese al anecdótico gol final de Benzema.

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