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La felicidad

La felicidad

E l sábado, de repente y sin venir a cuento, empecé a celebrar un montón de goles. Pasé el día en el periódico con la tele puesta, trabajando a ratos, y a un partido le seguía otro. Me daba igual el jugador, el equipo o el partido, me daba igual el resultado: el caso es que marcaba alguien y yo levantaba el brazo y agitaba el puño en lo alto. A cada hora que pasaba, los festejos iban en aumento, en un contagio de lo más curioso. Me sentía fenomenal, me sentía pletórico, me sentía un ganador auténtico. De la gloria del fútbol pasé al edén del golf, al Masters de Augusta, y seguí por supuesto celebrando cada birdie, cada tiro certero a green, cada buena salida. Era ya casi el mejor día de mi vida, un paseo triunfal y polideportivo que coroné con los primeros partidos de los play-offs de la NBA, festejando robos, rebotes y triples, y ampliando el rango a lo más íntimo. Sonó el timbre del microondas con la segunda o tercera cena y me sorprendí cerrando el puño, marcando venas y susurrando 'vamos', y endureciendo el rictus. Era un completo idiota y por tanto un completo feliz, que más o menos viene a ser lo mismo.

La felicidad es el invento más perverso de Disney. Más en concreto la obligación de ser feliz, una de las plagas de nuestra era, y también uno de los grandes negocios. La tristeza se confunde con la enfermedad, cuando estar triste es lo más natural del mundo. Es algo bueno que nos enseña el fútbol, el de verdad, no la fantasía de celebrar cualquier gol de cualquier equipo. Desde pequeño uno aprende a sobrellevar la frustración, un asunto de lo más sano, desde pequeño uno entiende que ni puede ganar siempre ni puede ser feliz siempre. Con la derrota se convive. Lo dijo Schopenhauer hace un par de siglos, que vivir feliz significa vivir de manera soportable, vivir lo menos desgraciadamente posible, y lo sabe cualquier hincha de cualquier equipo sin tener que leer filosofía.

?Cuidado con esa aspiración de ser siempre felices, esa quimera perversa. Casi siempre la felicidad de unos implica la tristeza de otros. Al padre de Billy le hacía feliz enseñar a su hijo a nadar, y le hacía aún más feliz hacerlo por ese método universal llamado 'hundirse o nadar'. Al padre le hacía feliz, pero el hijo aún vomita cada vez que lo recuerda. Lo contó Mailer en un librito: el cloro, el trampolín, las burbujas y la luz que se apaga. El método 'hundirse o nadar' define también un país. Desde la distancia lo digo: es un poco eso Estados Unidos.

Prefiero lo de Tiger Woods. Antes de empezar el Masters le preguntaron si necesitaba volver a ganar un major. «No necesito volver a ganar», contestó, «quiero volver a ganar». El deseo es mejor que la necesidad siempre.

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