Contaba Jacinto Benavente en «Los intereses creados», aquello del tinglado de la antigua farsa: «la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos?» Un servidor piensa si nuestro juego de pelota no ha sido siempre un alivio de trajinantes, que los ha habido en cantidad considerable y de diverso origen y condición, y si no ha embobado en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, porque siendo juego de extracción rural es necesariamente pobre. Y los pobres ya se sabe que necesitan la caridad del consuelo, la de aquella fábula de Esopo de la zorra y las uvas. Si no alcanzamos las uvas, la popularidad de las masas de nuestro tiempo, será porque las masas no entienden. Algo así venía a decir nuestro recordado Lorenzo Millo cuando calificaba al público de los trinquetes como escaso pero «aristocrático» en el sentido aristotélico: gentes que sobresalen por su sabiduría intelectual y por su elevada virtud.

Ya contaba D. Jacinto en la citada obra la necesidad de «aniñar» nuestro espíritu. Y seguramente ese es el camino para afrontar la ilusionante tarea de preservar y engrandecer en la medida de lo posible este bien heredado. Quienes se acerquen a la pelota con espíritu maduro, tediosamente cartesiano, exigiendo evidencias, caerán en la melancolía, «plegaran trastos». La historia está llena de gentes que perdieron la ilusionante niñez y decidieron aplicar métodos analíticos. «Si no m' eixen les comptes ací no cal perdre el temps?» concluyen. Lógica aplastante.

Ocurre que si aplicamos el método cartesiano a este tinglado de la vieja farsa es evidente que se trata de una herencia secular que, como las viejas mansiones inhabitables, debidamente analizada en todas sus partes resulta una herencia gravosa. La realidad es así de antipática si te acercas a ella sin «aniñar». Pero lo mejor de nuestra cultura es la presencia constante de la necesidad de vivir aniñados. Otras culturas sólo tienen necesidad de cuentas de resultados. Triste condición.

Nuestro juego de pelota está como el mundo, viejo y achacoso. No hay remedios fáciles ni milagrosos. Nos hemos quedado canosos y calvos; que nadie venga con lociones crecepelos ni espíritus milagrosos. No, no existe el bálsamo de Fierabrás. Aquí las ilusiones mantienen el tinglado. Por eso el domingo estaremos en Guadassuar para presenciar el duelo entre jóvenes atletas surgidos de las entrañas de Vinalesa y Xaló; de Almussafes y Silla. Los chavales disfrutan de lo que hacen y ninguno de ellos, creo, es tan cartesiano para empezar a observar, analizar y concluir. Juegan, fundamentalmente, porque siguen siendo niños que reciben compensaciones a su esfuerzo. Y los que se acercan a los trinquetes son aquellos que cumplen con la recomendación de D. Jacinto: «aniñan» su espíritu.