A finales de enero, la Federación Internacional suspendió el Campeonato del Mundo en pista cubierta, previsto a mediados de marzo en China. Posteriormente, y como fichas de dominó, fueron cayendo todos los eventos que figuraban en el calendario. Además, el 7 de abril, World Athletics transmitió que, en el hipotético caso de que hubiera competiciones, ninguna de las marcas logradas entre el 6 de abril y el 30 de noviembre tendría validez para la clasificación olímpica.

Superado lo peor de la pandemia, desde mediados de mayo, los atletas FER han podido escapar de su confinamiento y han ido regresando a su hábitat natural, el tartán. Los primeros fueron Jorge Ureña y Eusebio Cáceres en Onil. Después, llegó el turno de Luis Salort, Fátima Diame y Enrique Herreros, en València. Los últimos en reencontrarse con una pista han sido Carmen Ramos, Claudia Conte, Jorge Dávila y Pablo Torrijos (este último hasta que no regrese al CAR de Madrid), en las pistas del Gaetá Huguet de Castellón, y Quique Llopis en Gandía.

Para todos ellos, en mayor o menor medida, el regreso ha sido especial. «Por una parte, tuve una sensación de liberación. Experimenté una gran alegría. Nunca había estado tanto tiempo sin pisar una pista. Pero también lo acusé mucho. Vuelves al tartán, sí, pero, tras dos meses, te encuentras desubicado y extraño. Por ello, voy con mucha prudencia en lo físico y con ejercicios muy básicos en lo técnico. Se trata de poner el reloj de nuevo en marcha y de que el cuerpo vaya recuperando memoria», comenta el decatleta alicantino Jorge Ureña.

Curiosamente, tres años después, Ureña está compartiendo entrenamientos con Eusebio Cáceres, deportista, también de Onil, pero que reside y se ejercita en Madrid desde finales de 2016. «Mi intención es volver al CAR de Madrid, pero cuando todas las instalaciones, incluidas el comedor y la residencia, estén listas», señala el saltador de longitud.

En ambos casos, el planteamiento de los próximos meses ha cambiado por completo. Sobre todo, para Jorge. «Veo difícil que haya competiciones en todo lo que resta de año. Cuanto menos, en mi especialidad, las pruebas combinadas. Por tanto, nuestra estrategia ha variado sustancialmente. Ya veremos cómo evoluciona todo, pero yo ya dirijo mi preparación hacia la temporada de pista cubierta del año 2021, una etapa que será tan exigente como decisiva, con un Campeonato de Europa y un Campeonato del Mundo separados por tan sólo dos semanas. En esos 15 días, podré en juego gran parte de mis opciones olímpicas», señala Ureña.

En los Juegos de Tokio, participarán 24 decatletas. El combinero que consiga la mínima, 8.300 puntos, se clasificará de forma automática. Quienes no alcancen esa marca, tendrán que buscar el pasaporte olímpico por la vía del ranking internacional, el camino que premia la regularidad. «Siempre he dicho que los 8.300 puntos es una marca durísima, pero no inalcanzable. Tendré que esperar a conseguirla a partir de mayo del 2021. No obstante, soy optimista en cuanto a la clasificación para Tokio vía ranking. Ahora mismo, estaría dentro. Por ello, considero vital la próxima temporada de pista cubierta. He de aprovechar el Europeo y el Mundial indoor y demostrar que soy un buen heptatleta para acercarme a Tokio», concluye Jorge.

También Pablo Torrijos, otra de las estrellas atléticas del Proyecto FER, ha vuelto a ejercitarse en una pista. En este caso, en las instalaciones del Gaetà Huguet de Castelló de la Plana. Pablo lleva casi cuatro años viviendo y entrenando en el CAR de Madrid, «donde espero estar muy pronto. Mi intención es regresar a Madrid en cuanto sea posible, en cuanto todas las dependencias estén habilitadas y en cuanto nos lo autoricen», comenta Torrijos, protagonista de uno de los últimos grandes logros del deporte español antes de que la pandemia del covid-19 lo parara todo: el espectacular récord de España en triple salto, 17,18m, marca que significaba la clasificación automática para los Juegos de Tokio. «En ese momento, cuando conseguí ese hito en Ourense el 1 de marzo, nunca podía imaginar que íbamos a adentrarnos en la situación que hemos vivido. Sé que, con el tiempo, siempre se recordará mi salto de 17,18m como el último gran récord nacional antes de una pandemia», comenta el triplista castellonense.

Al igual que todos los deportistas de élite, Pablo tuvo que reinventarse durante casi dos meses. Mucho material de gimnasio y una cinta de correr fueron sus mejores aliados. A principios de mayo, retomó el ejercicio físico en el exterior, al aire libre. Pero no volvió a pisar el tartán hasta el viernes 22 de mayo. Fue en el estadio Gaetà Huguet de Castelló de la Plana: «Han sido 10 semanas sin pisar una pista. Sobre todo, sentí felicidad, alegría. Era como si recuperara algo que me pertenece y me lo habían quitado durante un tiempo. Y a nivel físico, me sentí bien. Se nota todo lo que he trabajado durante la cuarentena. Ahora, con ganas de ir subiendo la exigencia y de ir trabajando aspectos más específicos», expresa el atleta FER.

En lo que Pablo sí se ha mostrado más reivindicativo es en la necesidad de programar algún tipo de evento. «Si las condiciones sanitarias lo permiten, hay que buscar alternativas para evitar caer en la parálisis y, por tanto, en la desmotivación. Aunque sean acontecimientos modestos y reducidos, y aunque no ganemos dinero, desde el atletismo, tenemos que programar algo. También para ofrecer una buena imagen. No podemos estar sin competir hasta el año 2021», concluye.