Durante casi una hora, el partido entre el Real Madrid y el Valencia pareció una gran continuación al homenaje a Alfredo Di Stéfano. No tanto a la icónica figura indiscutible del madridismo, cuya herencia eterna da nombre al campo de Valdebebas, sino al entrenador que, en tres distintas edades, dio gloria al Valencia en la liga de 1971, la Recopa de 1980 y el ascenso de 1987. Los valencianistas recuperaron en la primera mitad su dispositivo táctico más clásico, serios en defensa y rítmicos en la contra. Sin embargo, si acabó cayendo de manera aparatosa fue por sus peores defectos contemporáneos. Los de un bloque que a menudo sólo amaga y que sale perdedor en los detalles, como el de los cambios. El Madrid se adelantó tras un error de Gameiro en su primera acción desde el banquillo, perdió por lesión a Coquelin y a Kang In Lee por una roja reicindiente en inmadurez. En los merengues, Asensio marcó a los 40 segundos de su ingreso. En un desenlace tan lastimoso, recordar el gol muy rigurosamente anulado a Rodrigo por el VAR con 0-0 es necesario, pero jamás una excusa, cuando la realidad clasificatoria aleja cada vez más el objetivo Champions, a seis puntos.

Antes de la pesadilla final, en la primera parte el Valencia se comportó como un equipo reconocible, académico en su mestallismo: líneas cerradas, disciplinado en la presión y descargas eléctricas en cada contra. Un bloque con las ideas clarísimas, que entregó gustosamente la pelota al Real Madrid, que acunó una posesión muchas veces improductiva, que ante la imposibilidad de profundizar acababa en disparos de media distancia, de Casemiro, Modric o Kroos, atrapados por Cillessen sin dar lugar a rechaces. Un actor siempre destacado en este duelo, como Karim Benzema, aparecía como el único elemento incontrolado en sus conducciones elegantes. El franco-argelino regaló una hermosa asistencia a Hazard, cuyo disparo, interferido por Hugo Guillamón, fue rechazado por Cillessen con reflejos de balonmano.

Aunque este duelo se jugase en Marte, sin público y con hilo musical impuesto, siempre seguiría destilando su esencia, sus matices inconfundibles. Ayer sucedió con la figura de Guillamón, agigantado en sus tan debatidos 1,77 metros de altura que, argumentan expertos y scouts, le invalida como central moderno. Hugo será lo que quiera ser en el fútbol porque su secreto, su gracia, no reside en parámetros tecnológicos, sino en el juego clásico. El de la serenidad para contener una travesura barrial de Modric, que le retó en un uno contra uno. La suya es la templanza del viejo líbero para traspasar líneas de presión con un pase cerebral, de los de Tendillo, Arias o Djukic. Es un jugador para Primera, que en Segunda B con el filial sufre más con un fútbol físico.

Las botas del canterano, inexplicablemente aún por renovar, eran el nacimiento de las réplicas incisivas del Valencia, ya no tan acostumbradas a descansar sobre Parejo como único ideólogo. En ese despliegue, Maxi Gómez volvió a exhibirse como un pívot de lujo. Su oficio no es (sólo) el de un nueve. En el minuto 14, un reverso del charrúa en la medular dejó solo a Rodrigo ante Courtois. Su disparo lo desvió el poste, pero avanzó la noticia: el VCF iba a ser protagonista.

Ferran desbordaba, obligando a multiplicar el trabajo (y las faltas) de Casemiro. Gayà y Soler se animaron para organizar la jugada del partido, por su destino final. El pase del centrocampista de Torrefiel encontró el remate de Rodrigo, que apareció entre líneas con su mejor don, el de la invisibilidad. El gol, en apariencia limpio, sin que mediase protesta, fue revisado por el VAR a causa de la posición de Maxi Gómez. El uruguayo, en fuera de juego posicional, no llegó a tocar el pase de Soler, pero Sánchez Martínez, con dudas (su revisión de la jugada fue larga), dictaminó que molestó en la posibilidad de que Varane despejase. Otra polémica para el relato del duelo.

El Madrid quiso aprovechar el golpe anímico. Sin embargo, salvo por un avance a trompicones de Carvajal, que acabó solo ante Cillessen, el colmillo más afilado era el del Valencia. En el minuto 43 Kondogbia probaba a Courtois desde más de 30 metros. Y en otra contra con Rodrigo, Ferran se acomodó en exceso para el remate final.

Desde luego, el final de la primera parte dejó un sabor de oportunidad perdida. Lo acusó el Valencia en la reanudación, sin tanta presencia ofensiva, dejándose mecer de nuevo por un Madrid cada vez más dominador. Con la intención de reactivar el ritmo, Celades introdujo a Guedes y Gameiro, dos revulsivos de grandes garantías. Pero el resultado, apenas un minuto después, sería del todo insospechado. Un malentendido entre Gameiro y Wass, con todo el Valencia desplegándose en ataque, regaló la pelota a Hazard. El mediapunta belga pudo por fin conducir y correr, tras una noche con los espacios negados. Entregó la pelota, casi interceptada por Guillamón, a Benzema, que marcó con maestría.

Coquelin y Cheryshev, nervio y atrevimiento, entraron para que su equipo volviese a morder, a ser práctico. El premio fue para otro jugador salido desde el banquillo, Marco Asensio, que tuvo el regreso anhelado de todo jugador gravemente lesionado durante meses. Inactivo casi un año, tardó 40 segundos en marcar su gol, el que enterraba la emoción del encuentro. Mendy desbordó con demasiada facilidad a Wass y Asensio embocó sin oposición. Aguardaba un desenlace envenenado: la roja reincidente de Kang In Lee, el pinchazo de Coquelin y el voleón de Benzema en el 3-0, de un escorzo tan prodigioso que computa también, justamente, como tributo a Di Stéfano.