No hay descanso en la rutina del Valencia ni consuelo para sus aficionados, sometidos a una cascada de desengaños. La agonía por conectar con la cuarta plaza se recrudece después de la derrota contra el Eibar. Faltan 21 puntos y el Sevilla, pese a pifiarla, sigue a siete. Así que el horizonte de una temporada sin Champions se agranda. Lejos de Mestalla, donde se desfonda, cualquier campo se convierte en una morgue. Lo fue la lata de Ipurua, suficiente para castigar otra vez sus penurias.

El Eibar ni siquiera necesitó jugar a todo gas. Le bastó con el pie medio levantado, sobre todo en la segunda parte. En la primera un gol en propia puerta fue la primera pala de tierra. Nadie tocó el córner salvo Kondogbia. Después del descanso, con tramos de puro despropósito, el Valencia volvió a liquidarse solo. Para postre Mangala acabó expulsado, víctima de una rigurosa segunda amarilla. Sobra tensión fuera del campo y falta dentro. Pese a los recursos de los que dispone, el de Celades no es un grupo en disposición de asaltar un objetivo que exige ser regular. Son demasiados los vacíos entre victorias. Demasiadas las penurias. Y excesivas las carencias.

De nuevo con todo a favor, el Valencia dio otro paso atrás en la escalada que debería conducirle a los puestos de arriba. Cuatro puntos de doce es un bagaje demasiado pobre pese a los pinchazos de los rivales directos. No se sostiene. Además, pese al ruido de la previa, esta vez sin VAR. El videoarbitraje solo entró para aclarar un posible penalti que en apariencia no pasaba de juego peligroso. La conclusión evidente fue que Guedes actuó como un kamikaze al poner la cabeza en el avispero.

Al contrario que contra Osasuna, al que arrasó en el arranque, todo empezó mal. La consigna de ser fuerte en las áreas se incumplió en las dos. En la de Dmitrovic no hubo ningún disparo entre palos. En la de Cillessen, como lo son la mayoría de autogoles, el de Kondogbia podría haber pasado por una anécdota después de que en un córner Mangala se apartase de la trayectoria y la pelota, con la referencia perdida, acabase impactando en el pie del centrocampista. Sin embargo, el 1-0 fue en realidad la consecuencia del relato del partido, repleto de confusión y con un atasco monumental en la salida desde atrás. El balón se hacía bola y cuando no era Mangala el que metía a Cillessen en un compromiso ocurría al revés. Con una presión alta como la de Mendilibar tal vez no era el mejor día para que descansara Guillamón. Por bajito que sea. Hubo un rato en el que el portero, que jugó con fuego, resultó más protagonista por sus despejes que por sus paradas. Petróleo para el Eibar, de cuyo fútbol cavernario sólo se escapaba el pie exquisito de un viejo conocido como Orellana. Parejo, a ráfagas, se vio obligado a recular en auxilio de los centrales.

La sensación de peligro, sin nada del otro mundo, fue constante. Cillessen blocó sendos disparos de Cote y Orellana desde fuera, las únicas aproximaciones de un Eibar acomodado. Fiel al fútbol directo, Charles encaló un balón en el que Mangala, que había salido para eso, falló por arriba tras un saque largo de puerta. El guión se repetía una y otra vez: Orellana desbordaba y cualquier azulgrana remataba. El Valencia, a ratos previsible, a ratos precipitado, no era ni por asomo el de la versión efervescente del último día. Su primera noticia en el área rival fue a los 20 minutos. Como ocurre cuando falta fútbol, al rescate salieron las individualidades. Guedes dejó pasar el balón y, con todo a favor, Gayá se perfiló horrible. La jugada había nacido en los pies de Ferran, el único que echaba humo cuando arrancaba. Acto seguido Róber Correa braceó sobre Gayá, que cayó en el área sin que Jaime Latre se inmutara. Se la jugó el central, al que Mendilibar recriminó que hubiese sacado la mano a pasear. Fue la mejor oportunidad en todo el primer acto.

Celades se plantó con un plan que de inicio estaba claro. De salida Guedes jugó arriba, por los costados arrancaron Ferran y Soler y en la reserva se quedó Maxi, protagonista por cierto de la victoria de la primera vuelta y a la postre, aunque sea por el tumulto, también de la derrota de la segunda. El técnico, consciente de que necesitaba volumen ofensivo, sacó un equipo para correr y que el balón fuese a toda mecha. Sin embargo, lo único que consiguió fue una colección de saques de esquina. Soler, desacompasado del resto, ya no volvió tras el paso por vestuarios. Lo hizo Gameiro, con el que se redobló la apuesta del principio. Para nada, porque no hubo manera.

Rodrigo, errático, resbaló en el momento de rematar y tuvieron que salir Cheryshev y Florenzi para buscar vuelo por los costados. El italiano, junto a Gayà el mejor del equipo, empalmó un rechace de Dmitrovic y luego conectó con Cheryshev para chutar fuera. Fueron de lo mejor poniéndole colmillo a un equipo mellado. Cillessen mantuvo al Valencia con opciones gracias a una estirada y Celades recurrió como última opción a Maxi. Pero el partido no se consumió en el área sino que quedó marcado por la expulsión de Mangala, víctima de una amarilla rigurosa por una falta menos grave que otras que se pasaron por alto. Que Cillessen subiese a última hora a rematar fue la imagen gráfica de un equipo agobiado en extremo y sin partitura que ejecutar.