Palabras como «interino» y «provisional» suelen acompañar cada impagable servicio al Valencia CF por parte de Voro González Marco. Bajo esas etiquetas, sin embargo, el entrenador de l'Alcúdia, a sus 56 años, se ha convertido en una de las figuras más importantes del Valencia en su historia moderna. Cuando se retire, dentro de mucho tiempo, se le recordará por su abnegado servicio a la entidad, por resolver con eficiencia, discreción y una enorme dosis de humanidad (en un negocio de tiburones), cada desastre societario al que el club se ve abocado por los errores de sus dirigentes.

En el campo, como el defensa que «comía tornillos» (en definición de Alfredo Di Stéfano), Voro ya ayudó al Valencia, junto a un puñado de canteranos como él, a levantarse del descenso a Segunda de 1986. Como técnico, inicia su quinta etapa como recurso de urgencia para reconducir al Valencia tras la destitución de un entrenador, en este caso tras el finiquito a Celades. El técnico fue llamado por primera vez en 2008 tras el despido de Ronald Koeman y logró evitar el descenso del desnortado equipo presidido por Juan Soler. Desde el traspaso accionarial del club a Peter Lim, el comodín de recurrir al ejemplar hombre de la casa para corregir rumbos torcidos ha sido una constante. La primera vez fue en la campaña 2015-2016 para cubrir una breve etapa en la transición de Nuno Espiritu Santo hasta la llegada de Gary Neville. Más decisiva fue su intervención en el curso 2016-2017, en el que pasó en dos ocasiones por un banquillo en el que solía ejercer de delegado de campo. La primera, tras la destitución de Pako Ayestarán en el mes septiembre, y la segunda después de la salida de Cesare Prandelli el último día del año 2016. Con un grave riesgo de descenso en invierno, enfrió el drama y condujo a la entidad a la permanencia. Fue su etapa más larga en el banquillo del Valencia.

En esta ocasión, el diagnóstico es muy parecido al de crisis precedentes. Un proyecto deportivo a la deriva, con un vestuario roto y falto de autoestima en una temporada a contracorriente desde la destitución de Marcelino, injustificada desde cualquier criterio técnico. La terapia será la de costumbre. «Voro es un trozo de pan que te gana y te convence por su humanidad», declaraba en enero de 2017 a este periódico Toni Rama, su primer entrenador en la escuela de fútbol de l'Alcúdia. La calma. La gran faceta de un entrenador que no muta en el césped el carácter sosegado del ciudadano Voro, de apodo Pantorra. La calma de un origen familiar ligado a la tierra, las naranjas, a las sacrificadas rutinas de la vida del pueblo. La calma de quien sigue viviendo detrás de la casa donde nació, y continúa tomándose el café en el Bar La Oficina, lugar habitual de reunión y donde siguen colgadas fotos de todas las épocas de uno de sus más célebres vecinos. La quietud de un fiel hombre de club que es también un miembro más de su cuadrilla, el amigo de sus amigos que no deja de estar presente en la vida de l'Alcúdia, en sus acontecimientos y tradiciones más señaladas.

Desde su bonhomía, Voro tratará de conectar de nuevo con la normalidad, empatizando con jugadores a los que entiende, conoce y le respetan. Capitanes como Rodrigo, Parejo y Gayà ya encontraron el auxilio de Voro en momentos de debilidad. Y de igual modo, Carlos Soler, volverá a coincidir con el técnico que le dio la alternativa con solo 20 años y con el que disfrutó de sus mejores estadísticas individuales. De nuevo irá bien, se ocupa Voro. El parche provisional sigue siendo hoy el más imprescindible de los murciélagos.