Un triunfo de poca monta, para más inri inmerecido y pidiendo la hora, fue el disparatado epílogo de la temporada en Mestalla, donde con independencia de los resultados cada partido ha sido más deplorable que el anterior. Lo fue también el último contra el Espanyol, que estando ya descendido rozó el empate en el descuento. Era su segundo disparo a la madera, como si fuera el rival y no él quien estuviese sentenciado. En el área de Diego López, por contra, no volvió a pasar nada desde el gol de Gameiro y su posterior pifia con el taconazo y remate al abismo de Ferran Torres. A esas alturas nada que pillase desprevenido a nadie: el equipo era un cadáver andante. La única sorpresa es que le queden opciones de Europa League a expensas de los rivales y de un sinfín de casuísticas. Es tan extraño todo que el Valencia depende de una victoria sobre Lopetegui y de que el Levante derrote al Getafe de Bordalás.

Después de la pandemia, Mestalla ha asistido ciego, sordo y mudo al descuartizamiento del Valencia. La mayor desgracia para la sufrida afición, sin posibilidad de expresarse ante la gestión institucional y deportiva más nefasta de la historia reciente. La mayor de las suertes para los responsables del despropósito: Peter Lim y sus validos en la ciudad. También un extra de confort para los futbolistas, que chafando el acelerador y levantando el pie a su antojo precipitaron bochornos intolerables. Muchos de ellos antes de que Murthy, tan desorientado como de costumbre, empezase a vaciar de viajeros los vagones con el tren todavía en marcha. Uno de ellos Parejo, el capitán, un centrocampista en el ojo del huracán por su escaso rendimiento y aun así titular contra viento y marea. Hasta ayer. En su último partido en casa tras una dilatada década después ni pisó el césped.

Aunque no lo parezca, el Valencia sigue teniendo opciones de Europa. Remotas, sí. Pero matemáticas. Los rivales se empeñan en darle vida. También en demostrar lo barata que está la séptima plaza que en su día fue motivo de polémica. Lo que ocurre es que casi nadie alberga esperanzas en que un equipo en derribo le gane al Sevilla. Por sus palabras en la previa parecía que ni el esforzado Voro, que volvió a marcarse otro once estrafalario. Quién hubiese dicho que la despedida en Mestalla sería así. A puerta cerrada, en plena demolición, sin opciones de Champions, enclaustrados en el área y con el Espanyol porfiando por un mísero empate para el que hizo méritos de sobra. Estuvo a punto de encontrarlo después de la expulsión de Jaume Costa. Otro que, sin merecerla, tuvo una triste despedida. El VAR cambió la amarilla por roja por una entrada por detrás sobre Pipa. Hasta luego.

Parejo no se despide, Ferran sí

No tuvo la oportunidad de despedirse Parejo pero sí Ferran, que disputó sus últimos minutos y sirvió su última asistencia en la que debería haber sido su casa por muchos años. Cada vez hay menos millones de distancia en la negociación entre clubes, aunque el City insiste en meter jugadores. Con ese contexto de despedida hasta la esencia del rival acompañaba en la pompa fúnebre, un equipo descendido que aun así se fue con más ocasiones: dos de Wu Lei, una clarísima, otra de RDT que paró Cillessen, el poste de Embarba... Tenía guasa hasta que de entrenador rival estuviese Rufete, de los primeros ajusticiados de Lim, quien a estas horas sigue frotando la bola mágica para elegir al entrenador. Es para estar tranquilos que en el carrusel de candidatos, y eso que no han trascendido todos, los haya que entre sí se parezcan lo que un huevo a una castaña. Ironía.

Visto lo visto no hay duda de que lo mejor que puede ocurrirle al entrenador que venga, se llame como se llame, es que le monten algo muy nuevo porque el proyecto que había está hecho trizas y no hay quien lo reconstruya. Lo mismo que hace dos años con la diferencia de que esta vez al frente no estará un profesional del fútbol sino el azaroso Lim. Solo queda que suene la flauta y que sin estructura el nuevo inquilino del banquillo sea capaz de hacer magia. Todo eso con una institución con una grieta social sin parangón y una economía que no está precisamente para tirar cohetes. Más que un entrenador, y eso que hace mucha falta, es necesario un bombero. Que apague el fuego y tenga el valor de meterse entre las llamas. Le vendrá bien un traje ignífugo. Por si acaso.

Bombero ha sido Voro, aunque salta a la vista que hay fuegos imposibles de apagar. Sobre todo porque Meriton no ha hecho más que avivarlos. Su desconocimiento sobre los tiempos del fútbol asusta. En todos los rincones del once había rastros de sus consecuencias. Cillessen, suplente cuando no paraba y también cuando sí lo hacía. Thierry, un fichaje prototípico de Lim, caro e intrascendente. Guedes, el jugador franquicia despilfarrado en la enfermería. Diakhaby, el central de los penaltis innecesarios, de descarte a intocable. Gameiro, el delantero que primero sí, después no y al final nada. Y luego lo más paradigmático de la hecatombe: Ferran en plena negociación para irse, Kang In empeñado en no renovar y Guillamón, en sus primeros minutos desde el adiós de Celades, a días de quedar libre. He ahí el proyecto de cantera con permiso del lesionado Gayá y de un Soler que a buenas horas ocupó el sitio de Parejo. Completaban la alineación Jaume Costa, un cedido que no lo parecía. Y Kondogbia, de los primero conejos que Mateu fue capaz de sacarse de la chistera.

El partido, a todo esto, quedó marcado por el tempranero gol de Gameiro. El francés, que debería tenerlo por costumbre, definió perfecto una buena asistencia de Ferran. Su disparo dejó con el molde a Diego López. Una acción muy similar a la que Wu Lei encaló en el anfiteatro minutos antes. Rufete se empleó desde la banda y su equipo rozó el empate por medio de Raúl de Tomás, uno de esos delanteros que hacen tilín. También el Valencia perdonó. Un mal control de Gameiro precipitó un taconazo atrás que Ferran no se esperaba. La excusa perfecta para un remate pifiado con toda a portería para él. La última acción de ataque que reseñar. Para olvidar.