La temporada del Villarreal ha cumplido con las expectativas generadas a comienzos de la misma. Los 57 puntos conseguidos, traducidos en una clasificación europea después de permanecer un año fuera de competiciones del Viejo Continente, fueron la excelencia a una campaña en la que, de haber tenido un revés de azar en algunos periodos, hubiera alcanzado la sublimidad de la Champions League.

Eibar es el último tren que pasará por La Cerámica antes de bajar la persiana a una edición que ha tenido de todo. Sobre todo, después de que hiciera un alto en el camino debido a la crisis del coronavirus. Sin embargo, el sentimiento de tristeza y amargura, entre la afición amarilla, es generalizado. Dos piedras angulares en términos de identificación signan el punto y final a su trayectoria con la zamarra del combinado castellonense. Santi Cazorla, después de ofrecer cátedra sobre el tapete durante su segunda etapa pese a las dudas que existieron sobre su rendimiento (el cuyo ha sido de matrícula de honor), acabará su estancia en Vila-real para poner rumbo al AlSadd de Xavi Hernández, y Bruno Soriano, tras dar un golpe encima de la mesa para volver a competir tres años después de su fatídica lesión, colgará las botas con el dulce sabor de no haberse rendido en su plan de volver a experimentar el hecho de ser futbolista.

Con el dolor de un estadio vacío que no despida, a los niveles y a la altura que se merecen, a dos jugadores que son patrimonio de la historia del Villarreal, Javi Calleja peleará por una victoria que clasificatoriamente no tendrá relevancia.