No hay momento más cruel para el Atlético de Simeone que la final de la Liga de Campeones de Lisboa en 2014, el principio de una obsesión por el título de los títulos que evoca los peores recuerdos pero que también sostiene la voracidad de un grupo que se encuentra de nuevo ante su desafío más grande, en la misma ciudad, con formato readaptado por el Covid-19 y con el Leipzig como primer o último adversario en el estadio José Alvalade. No hay margen de error. Ni ahora, en cuartos, ni en semifinales, como jamás lo ha habido en la final. A un partido. Si ganas, pasas; si pierdes, te vas a casa sin consuelo posible, más aún en un equipo con tantas expectativas como el Atlético, cuya realidad no permite ni concesiones ni admite sentimientos de favorito contra ningún oponente. No es más que nadie, seguro. Quizá tampoco menos. Es la perspectiva desde la que enfoca de nuevo a la Liga de Campeones, a la que llega con la agitación que provocaron los dos positivos por Covid-19 del domingo de Ángel Correa y Sime Vrsaljko, bajas para el encuentro y aislados.