Casi empezó su carrera como entrenador en el Camp Nou. Había hecho antes previamente el Erasmus como ayudante de la selección holandesa, que fue semifinalista en el Mundial de Francia-98. Entonces, Ronald Koeman formaba, junto a Frank Rijkaard y Johan Neeskens, el comité de sabios exjugadores que ayudaban a Guus Hiddink. Luego, Louis van Gaal lo reclutó para que volviera a su casa. Pero al despacho de los técnicos. Ha necesitado, sin embargo, más de dos décadas para regresar al Camp Nou, convertido ahora en el jefe de un equipo ya derruido.

Retorna Ronald, seducido por el recuerdo de un club que le atrapó de tal manera que es capaz de renunciar a dirigir a su país, a la selección holandesa. Allí ya hizo la revolución que ahora se espera que ejecute en el Barça. Se sentó en el banquillo después de que Holanda no participara en la Eurocopa de Francia-2016 ni en el Mundial de Rusia-2018. Un drama nacional. Llegó él, acabó con la generación de los Robben, Van Persie y Sneijder. Una generación gastada y envejecida que había perdido el Mundial 2010 con España y fue semifinalista en el de Brasil-2014.

Hizo la revolución, se puso en manos de los jóvenes y Holanda volvió a ser Holanda. Pero el flechazo del Barça era demasiado potente para Ronald y Bartina, su mujer, que retornan después de transitar por más de media Europa (Holanda, Inglaterra y su breve paso por España en el Valencia) aguardando este momento, dejando en cada contrato que firmaba una cláusula para volver al Camp Nou. No le importa el tenebroso escenario que pisará. Es más le estimula, por mucho que la era Messi entra en su inevitable recta final.

Vio pasar tres trenes

Poco le importa a Koeman, consciente de que se le estaba acabando el tiempo (tiene 57 años) para sentarse en el banquillo del Barça. Andaba ya cansado, además, de ir viendo desfilar el tren sin poder subirse a él. Y valiente como era en el campo lo es también ahora, sin miedo a meter mano en un equipo, y en un club, que ha vuelto a ser lo que era antes de la llegada de Cruyff en 1988. Va sin rumbo alguno. Pero llevaba Ronald demasiados años esperando para negarse ahora de nuevo.

Ya le ocurrió en el 2003. Sucedió también en el 2014. Y se repitió, además, en el 2017. Hasta en tres ocasiones pudo ser entrenador del Barça. Cuatro, si se incluye su negativa a Bartomeu en enero pasado antes de ser despedido Valverde. Tal vez, ninguna tan sencilla como la primera cuando el club vivía en el páramo del gasparismo y la sonrisa fresca y rupturista de Joan Laporta tomaba el palco del estadio.

Era Ronald la primera opción de Txiki Begiristain, su excompañero y amigo en el 'Dream Team', que se estrenaba como secretario técnico bajo el manto ideólogico de Johan Cruyff. Estaba Koeman en el Ajax, segunda estación de sus primeros pasos como entrenador tras debutar en el Vitesse donde dejó trazos de su apuesta ofensiva, pero sin ser fundamentalista. Más bien, ecléctico.

Pero el primer tren pasó de largo, con el inevitable y largo malestar que originó en Koeman la decisión de Laporta de no pagar la cláusula que tenía con el Ajax. Llegó Rijkaard, su socio en la escuela de aprendizaje con Hiddink, a coste cero, sin importarle siquiera al Barça que hubiera descendido a Segunda División con el Sparta de Rotterdam. Bartomeu ha pagado ahora lo que no quiso pagar Laporta, paradojas del destino.El último bombero

No había dinero en la caja azulgrana y no podía pagar traspaso por Koeman. Se activó el círculo virtuoso con Ronaldinho, nacía Messi y él lo miraba desde lejos, sintiendo, quizá, que ese era su sitio. A la segunda opción, Zubi, excompañero y también amigo del 'Dream Team', escogió a Luis Enrique en el 2014. Y cuando Ernesto Valverde abrió la puerta del despacho del Camp Nou también tuvo opciones (2017). Pero se quedó, de nuevo, en la orilla.

Ahora, derruido todo, llaman por segunda vez en siete meses a Koeman. Y es él quien acepta. Acepta asumiendo que le van a dar el traje de bombero para ponerse en la primera fila del incendio sin agua ni recursos para sofocarlo. Acepta conocedor de todo lo que hay dentro. Lo bueno y lo nocivo. Tiene la foto real de lo que sucede en el vestuario. Tanto la imagen que le ha trasladado el club como otras opiniones externas que complementan la verdadera dimensión del problema al que se enfrenta. Y no únicamente en la pizarra. Quizá sea eso lo menos importante de lo verdaderamente importante. El ejemplo lo tiene fácil.

Cuando llegó Guardiola, verano del 2008, tras la autocomplacencia de los dos años finales de Rijkaard, prescindió de Ronaldinho, Deco y Etoo, aunque este se quedó una temporada más por la presión de la plantilla. Aceptada por Pep. A Koeman se le mirará más por los jugadores que eche que por los que fiche. Tiene una capa de héroe -es el héroe de Wembley- que le permitirá sortear la montaña rusa que sacude a todo final de ciclo.

Cambio de capa

Esa capa le garantiza, además, la comprensión que no hubiera tenido Pochettino o cualquier otro entrenador, sobre todo si se detecta que transmite su personalidad (hizo limpieza en el Valencia cuando nadie se atrevía y fue capaz, en su época de jugador, de decirle las cosas a la cara a Cruyff) al vestuario para decirle que las jerarquías han cambiado. O sea, que el jefe es Koeman y que los "indios", como solía decir Johan, son los jugadores.

Al héroe se le pide que ejerza primero de capataz. Luego, tiene que ser el líder futbolístico de un club desorientado y caótico, que ha abandonado la idea que le hizo ser singular y exitoso. Ahí no es tan fundamentalmente como Guardiola, más cruyffista que Cruyff. Koeman es más pragmático. Se adapta a lo que tiene, tras inyectar matices ingleses y portugueses a su idea original holandesa.

"Pep hizo el mejor Barça, pero todos somos hijos de Johan. Miramos el fútbol con sus ojos, con él empezó todo. Johan fue un revolucionario", contaba Koeman a este diario en una entrevista, aunque él no es tan fundamentalista como su padre futbolístico. Pero sí está obligado a ejecutar lo que hizo Cruyff en 1988, cuando el Barça era un desierto tras el 'Motín del Hesperia', su tarea más urgente fue poner a cada uno en su sitio.

A Bartomeu, en el palco. Sin pisar el vestuario ni creerse que lo sabe todo de fútbol. A los jugadores, en el campo. Y al entorno dejarle claro desde el primer minuto que abandone sus sueños grandilocuentes porque toca volver a la cultura del esfuerzo. Así no solo trabajará para él y para el Barça sino para el futuro. Y hasta Xavi, cuando se siente un día en el banquillo del Camp Nou, le agradecerá ese imprescindible trabajo sucio de limpiar una casa que se ha podrido.