Abatidos estaban en el equipo Bahréin. Cabizbajo y sin ganas de hablar cruzó Mikel Landa la meta de Lavaur, al noreste de la ciudad de Toulouse, tierras occitanas, tan calurosas como ventosas, tierras de amargo recuerdo, ¡mecachis, maldita sea! Hace un año Warren Barguil lo tiró al suelo, también con el viento en acción, y ya empezó a decir adiós a cualquier opción de pelear por los puestos de honor y por la foto de los Campos Elíseos.

Ha llegado al Tour, por fin, como jefe único, sin tener que compartir galones, y hasta pleitos, con Nairo Quintana, cuando ambos, junto a Alejandro Valverde, presidían la ronda francesa por el Movistar. Y tampoco sin tener que estar sometido a la tiranía de Chris Froome, quien no le dejó siquiera escapar e ir a por la etapa del Izoard, cuando el británico ya tenía sentenciado el Tour del 2017. Y ahora que viene como líder único, la prueba se le empieza a torcer desde el primer día, y más cuesta arriba se le pone a las puertas de los Pirineos, de sus Pirineos del alma, que llegan entre hoy y mañana, sin llegadas en alto, que lástima, pero con toda la magia que siempre provoca la cordillera en la ronda francesa.

Landa sabía como todos que en cuanto dejaran la ciudad de Castres y girasen hacia la derecha comenzaría a soplar el viento de costado, lo que sería una llamada al zafarrancho, a los cortes, a los llamados abanicos, de lado a lado de la carretera. Y cuando pierdes el espacio, cuando solo está la opción de irse al prado o tocar el freno, y escoges la segunda, ya sabes lo que siempre va a pasar, lo que le ocurrió al corredor alavés y también al joven Tadej Pogacar, vestido con el jersey blanco, el que distingue al mejor clasificado entre los menores de 25 años. Lo que ocurre es que te quedas cortado y a partir de entonces enlazar con el grupo principal, sobre todo si los ciclistas del conjunto Ineos tiran como locos, es tan imposible como que llueva café caído del cielo.

Una pena ceder 1.21 minutos en una etapa llana, de las que, sin viento, solo invitaba a disfrutar de un esprint final. Y los que pelean por la general a rodar serenos, pero con las orejas tiesas por si sucedían imprevistos, en forma de viento o caída. Del esprint disfrutó sobre todo Wout van Aert, segunda victoria, segunda exhibición de poder. Y de la desesperación Landa y sus compañeros enrolados en la escuadra de capital árabe.

Triste cruzó también la meta Pello Bilbao. Llegó al Bahréin para convertirse en la sombra de Landa en las montañas del Tour. «Pero es que todo se nos ha torcido desde el primer día. De hecho, solo somos seis en el equipo porque desgraciadamente Poels no cuenta», explicó el corredor de Gernika. «Nos pilló desorganizados». Y con Landa, detrás. Y sin que el empeño que pusieron tanto los gregarios del corredor alavés como los de Pogacar sirviera para otra cosa, al menos algo se salvó, que para evitar que cayese una salvajada de tiempo en la séptima etapa del Tour.

Landa dijo un día antes de comenzar el festival ciclista en Niza que estaba ante la oportunidad de su vida. Cualquier objetivo que se hubiese trazado se ha complicado, porque cada vez cuesta más recuperar tiempo en el Tour, porque Ineos y Jumbo pondrán hoy y mañana un ritmo endiablado por los Pirineos. Y porque, ante todo, hay que tener suerte, una estrella que te ilumine.