El pueblo de Mestalla está de luto. Con la marcha de su juez de paz se cae un trozo del escudo. El maestro Julián García Candau escribía el lunes que lo único que no estaba en venta en el Valencia era Españeta y dos días después va y se muere. Una defunción que empeora la mala salud que vive el valencianismo. Era el último símbolo de la grandeza de un club humilde arraigado a su gente, donde el utillero era una figura intocable. En cada presentación era el más aclamado porque sabíamos que era incorruptible. Pasaban jugadores, entrenadores y presidentes pero la silueta oronda del banquillo permanecía fiel. Nadie se grabó el nombre de Españeta en la camiseta porque todos somos Españeta. Era la sana envidia de la afición, el que recogía el chandal de Kempes; el que calmó a Romario en Paterna cuando se encaró con Luis Aragonés; el que visitó en el hospital a Penev; el primero que abrazaba al Piojo López; el que más entendió a Cañizares, Ayala, Baraja y Carboni; el cómplice de Arias, Subirats, Robert, Fernando, Serer, Giner, Cordero, Voro, Camarasa, Tendillo, Albelda, Vicente, Palop, Albiol, Alcàsser o Gayà. El que ponía las camisetas en el vestuario en las finales y el aventajado que tocaba primero los trofeos. Siempre concitó unanimidad. Discutimos sobre la idoneidad de los inquilinos del banquillo y gritábamos a los que presidían el palco, pero Españeta era el Nobel de la Paz de Mestalla.

No sé si el domingo el Villarreal tendrá a bien dedicarle un minuto de silencio en el partido contra el Valencia, y tampoco si Meriton hará ponerse el brazalete de duelo a sus jugadores, pero el sábado seguro que está presente en el debut del Atzeneta UE en Segunda B ante el Mestalla en El Regit con público limitado, por fin. El Atzeneta d’Albelda es el refugio de los que nos opusimos a una engañosa venta de sentimientos futbolísticos de la que afortunadamente se salvó Españeta. Dejó el santuario blanquinegro cuando se apagaron las luces y después de la ovación más sincera de esa grada pirotécnica. Cuatro años hace y desde entonces nunca dijo una mala palabra. Lo veía en Maipi, el templo de sabiduría valencianista donde Gabi Serrano ejerce de sumo pontífice, y cuando le provocabas sobre las huestes de Lim solo levemente cambiaba la mueca del rostro. Ahora que atrevidos teóricos y antiguos empleados se autoerigen de mesías redentores, hay que recordar que Bernado España Edo prestó servicio al Valencia durante medio siglo, cuando lo apadrinaron Ricardo de la Virgen, el histórico utillero y Pepe Reig, el enfermero. En la época de Ramos Costa entró como empleado del club pero llevaba desde los trece años recogiendo balones en los entrenamientos en Mestalla cuando se escapaba del Taller España de su padre, en la avenida Peris i Valero. Luego Arturo Tuzón le dio galones y ahuyentaba a las malas compañías de Paterna. A los otros los ponía a prueba y siempre miraba con desconfianza.

Prestó servicios confidenciales, casi secretos, de eso hay miles de pruebas en balones y camisetas, como buen plenipotenciario. Dicen que el actual presidente es diplomático de carrera, pero el gran embajador de Valencia CF ha sido Españeta. Un tipo listo, como reconocen los que le trataron a diario. El futuro del club está en el aire por culpa de los falsos valencianistas que agitaron los sentimientos para hacer negocio. Hay miles de Españetas en el pueblo de Mestalla, gente pirotécnica y decente que usa la pólvora futbolística como en los bautizos, bodas y comuniones. Pero que saben que los funerales son sagrados.