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Victoria en el arte del trinquet

Victoria, en el saque, ante la mirada atenta de Genovés.

A los 18 años, Victoria Díaz estudia biotecnología y disfruta ganando campeonatos de pilota valenciana. Por ese orden. Lo hace con la sencillez de su grandeza, como si no tuviera importancia y ya es campeona por tres veces del Individual de Raspall, campeona por parejas de Galotxa; campeona europea de One wall en todas las categorías desde que tenía menos de 15 años y no sé si lo es de frontón porque ya hemos perdido la cuenta, pero seguro. En el frontón del pueblo de su padre, perdido en Aragón, la mejor fiesta es anunciar a Victoria. Es la chica más popular. Jugar a todas las modalidades tiene sus ventajas. Ella descubrió la pilota en un colegio con las instalaciones que impulsó el conseller Tarancón: en el Tomás de Montañana de València. Sólo por disfrutar del juego de Victoria habrá que agradecer esa instalación. Allí descubrió este deporte; de allí pasó a conocer la vida de los clubes, a recorrer comarcas valencianas y a disfrutar de hacer amigos y amigas en otros países.

Es una mujer con alma de niña. Y esa condición se refleja en las losas del trinquet donde parece disfrutar en cada golpe, acariciando la pelota con una elegancia a lo Rovellet, aquel que hacía de lo más difícil una sencilla obra de arte. Ver a Victoria restar de «bot i braç» con la izquierda es tan bello como bailar el vals del Lago de los Cisnes de Ilich Chaikovski. Fredi, que lo ha sido todo en este deporte, también comentarista especializado, resalta esos detalles. Sabe de lo que va. Ni él, ni muchas de las grandes figuras que lo han sido en el trinquet han alcanzado el nivel técnico con la sencillez que muestra Victoria. Supongo que no se me enfadarán por la comparación, siempre odiosa, pero necesaria como parábola pedagógica. Por eso está muy bien que el director general de deportes, Josep Miquel Mollà, que le entregó el máximo trofeo, reivindique por la televisión en directo la necesidad de no calificar ni dividir entre masculinos y femeninos. Quiere decir que las féminas, como ayer demostraron Victoria de València y Ana de Beniparrell, son capaces de protagonizar espectáculos tan bellos como el que puedan protagonizar los hombres. Victoria ofreció ayer la imagen de una pelotari que hizo lo que tenía que hacer en cada tanto disputado: ni una sola pelota jugada dejó de tener sentido.

Allí en el «palquet de baix» observa atento la partida Paco el Genovés. No pudimos escuchar sus opinión en la transmisión televisiva pero adivinamos su pensamiento: Victoria es, como dijo en su día que lo era Enrique Sarasol, la «enciclopedia» del juego de pelota. Lo es sin haber cumplido los veinte años. Si este deporte tuviera la repercusión de otros, profesionalizaría el mundo femenino y asistiríamos a una carrera deslumbrante de esta chiquilla cándida que encandila hasta el enamoramiento en cada golpe. Que abraza en el triunfo al padre que le acompaña siempre, a los tíos y abuelos, y que llora en su corazón con la alegría de una victoria que seguro que dedica al ser más querido, allá donde se encuentre.

Ana de Beniparrell aprieta los dientes cuando consigue romper el saque de Victoria. Puede ser, todavía puede ser la remontada. Formada en esa escuela inagotable de Beniparrell cuenta con el apoyo de un club de solera, volcado con sus figuras. Sabe que la izquierda de su rival es demoledora pero nunca pierde la cara, resiste y lucha hasta el último quince. Ella es consciente de que una campeona no puede rendirse y que tras su esfuerzo está el alma de un pueblo que en ella se siente representado. Acabada la batalla recibirá la recompensa de la estima de todos. Ana y Victoria, Victoria y Ana, dignifican el Joc de Pilota.

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