Fue una mágica noche copera contra el Getafe la que activó la remontada del año del Centenario. El increíble desenlace anoche del encuentrob ante los azulones, con tres goles en los últimos instantes, no alterará seguramente el rumbo de una temporada dictada desde Singapur al sufrimiento, pero deja al menos un camino a seguir, una recompensa anímica que va mucho más allá del punto final para un grupo de jugadores tomado por el miedo pero que se dejó hasta el último aliento contra uno de los bloques más competitivos de la Liga.

El Valencia que tenía la victoria en el bolsillo aguantando con diez, vio como en pocos minutos le remontaba el Getafe y se asomaba a la cuarta derrota seguida, a la psicosis. Pero aupado por un Maxi Gómez colosal, que desplegó toda su capacidad futbolística y psicológica, forzó un penalti que Carlos Soler, con galones, convirtió en un 2-2 por el que entra luz. En Mestalla, hasta el minuto 100, nadie se rinde. Fue una noche de nervios, de un aprendizaje que se prolongará todo el año, pero también de reivindicaciones, como la de Yunus Musah en un gol en el que recorrió 60 metros frenéticos para marcar el gol del 1-0 que despertó un rugido festivo en la noche de la ciudad confinada.

La nueva realidad de este Valencia desmantelado implanta nuevas costumbres, muy raras por estos pagos, para el aficionado local, educado en la expectativa. La novedad más llamativa es la de ver al Valencia encogido, aceptando la superioridad visitantel. El Getafe salió fuerte en la presión y con una presencia amenazadora en el área valencianista, con Cabaco y Olivera llegando a zonas de remate. El equipo azulón, con el que se mantiene una efervescente rivalidad, representa todo lo que se añora en un Mestalla donde la silla de enea en honor a Españeta parece el principal lazo con aquello que fue la entidad. El Getafe es un equipo con un entrenador de larga duración, que se mueve con mecanismos muy básicos pero aplicados con intensidad, que apenas ha alterado su alineación titular en cuatro años, y que ficha para acentuar más su identidad, de inconfundible latido charrúa.

Ante todas esas certezas rotundas, en el Valencia despertó el instinto de supervivencia para proteger a Jaume y para buscar la sorpresa. La carrera en el minuto 23 de Yunus Musah conecta, en cierta manera, con la voluntad de querer llegar, aquella sentencia con la que un directivo checo de paso por Valencia en 1923 bautizó al club. Con 17 años y 338 días, Yunus, de familia ghanesa, nacido en Nueva York, criado en Italia y fichado de Inglaterra propulsó el cohete con un control orientado magnífico. Maksimovic no alcanzaba siquiera a acercarse a la galopada del futbolista juvenil, mientras que Cheryshev anclaba a Cabaco para que no saliese al cruce. Definió con clase ante David Soria. Golazo.

Quedaba un mundo ante un contrincante que no rebaja nunca su desgaste. Quizás era el mejor síntoma para el Valencia, porque el Getafe te empuja a activar los sentidos y afila el nervio motivacional en cada encontronazo, en cada pique dialéctico.

Había que mantener la calma, una misión casi imposible para una plantilla inexperta y atrapada en el paroxismo de su club. Se necesitaba el oficio de Maxi para controlar de espaldas. O la calidad de Kang In Lee para marear la pelota en tres cuartos. Pero las pulsaciones se agitaban en defensa. Antes del final de la primera parte, los dos centrales, Guillamón y Paulista, habían visto tarjeta. Y en apenas ocho minutos tras la reanudación, Thierry vio dos amarillas bastante infantiles y condenaba el partido, otro más, al agonismo.

Maxi Gómez chocaba contra todos sus compatriotas rivales, en duelos tocados de picardía. El delantero charrúa teatralizó un encontronazo con Arambarri con tal verosimilitud que indujo al engaño a Figueroa Vázquez, que expulsaba con roja directa a Arambarri. El VAR anuló la decisión, pero Maxi se había hecho el dueño espiritual del partido: su oficio canchero es muy necesario en un equipo tan inexperto como lleno de dudas. Aguantó el balón, arañó tiempo, habilitó contras. En definitiva, llegó a cambiar la cara de un partido en el que los ataques del Getafe empezaban a bajar en número y ser más precipitados. Y Racic y Lato perdonaban el segundo.

Y entonces vino la desgracia en dos actos. Primero en una desafortunada acción de Jaume, que pifió el despeje de puños de un disparo lejano. Cucho enganchó el rechace. En pleno desconcierto, Ángel colocaba el 1-2 entre rechaces. La pesadilla había tomado formas apocalípticas, pero Maxi entró a rematar con todas un centro lateral y fue agarrado por Djené. Penalti, broncas y Damián expulsado como es costumbre en este género futbolístico underground que es el VCF-Getafe. Soler, que había estado en todas partes, tuvo agarrado el balón en los cuatro minutos de trifulcas. Marcó en el 100 con la misma pausa de Fernando. Y en la foto final acudió emocionado su amigo Lato al abrazo, igual que hacen desde benjamines. Hay costumbres que ni Peter Lim podrá derribar.