Papá: Yo quiero ser Soler». Esta puede ser la petición de niños valencianistas a quienes, impensadamente, les ha surgido la necesidad de reivindicar su pasión por el equipo de toda su vida. Es el mismo grito de los niños de mi generación que entonces queríamos ser Puchades. Han pasado los años y en distintas épocas los niños de Mestalla han tenido ídolos extranjeros, caso de Kempes, pero no han renunciado a las imágenes de casa. Los niños de Valencia un día quisieron ser como Tendillo por aquel gol que le marcó al Madrid que sirvió para que no hubiera descenso y el Madrid no ganara el título. (Arias estrelló en remate en el larguero). También Claramunt fue espejo en el que los infantes valencianos podían mirarse. Ahora el nuevo ídolo, el espejo, la imagen, puede ser Carlos Soler que en una de las tardes que podían ser más amargas se convirtió en vencedor de un partido en el que a priori estaba pregonada la derrota.

Carlos Soler puso corazón y mente para marcar el gol que suponía el empate ante el Getafe. Lo que hizo frente al Madrid no ha tenido nunca historia a la que remitirse. En tiempos en que se ha perdido la lírica, Carlos Soler fue el máximo representante de la épica. Murthy el sangrador de Singapur, no ha llegado a tiempo a vender a Soler. Él y Gayá, los más genuinos representantes de la escuela de Paterna, me temo que siguen estando en los deseos del depredador de singapurense y su socio Jorge Mendes. Me hago a la idea de que si en enero el acólito Murthy pretendiera desprenderse de uno de los dos valencianitas citados, habría algo más que palabras.

Soler se armó de valor para batir al guardameta del Getafe. Era el último instante y no cabía error. Seguramente puso el corazón de miles de valencianistas en pura taquicardia. Sin embargo, no fue nada comparado con lo que sucedió frente al Madrid.

Courtois es uno de los mejores porteros del mundo. Tenerle delante en cuatro ocasiones, tres de las cuales valieron gol, era para tener temple de espada de acero. Colocarse delante del guardameta adversario que con casi dos metros ocupa la portería más que la mayoría de sus colegas, era para pensárselo. Soler pudo haber descargado en un compañero la misión del segundo penalti y el tercero y no lo hizo. Parecía conveniente que alternara la función con otro jugador con decisión. Renunció, cargó con toda la responsabilidad. Primero, la de empatar y después la de derrotar al todopoderoso Real.

Venció el Valencia sin Ferrán Torres, Parejo, Coquelin, Garay, Rodrigo y Kondogbia y sin Alcácer, que también fue vendido en contra de su voluntad aunque la señorita aquella que presidía quiso propagar que había sido decisión del futbolista.

Lim ha puesto el club en almoneda, y se ha ciscado en el valencianismo, pero no ha acabado con el espíritu que emana Mestalla. No puedo evadirme recordar aquella frase de Miguel de Unamuno ( tío de Pichichi, por cierto) en la Universidad de Salamanca: «Venceréis, pero no convenceréis, porque paro ello, además de la fuerza, hace falta la razón». Éste último concepto es el que puso sobre el césped del viejo Mestalla Carlos Soler. Con él estaba la razón. Con el corazón latiendo desacompasadamente yo también lancé los penaltis.

Posdata. Jornada casi gloriosa. El Villarreal, gloria in excelsis, se exhibió en Getafe y el Levante supo rehacerse para no perder frente al Alavés.