Dos anécdotas separadas por espacio de treinta años explican el sentimiento profundo de Juan Cruz Sol, fallecido ayer a los 73 años de edad, hacia su Valencia Club de Fútbol. La primera sucedió en 1975, cuando el legendario defensa diestro del Valencia ordenó de repente al chófer que le llevaba hasta Madrid que parase el coche de repente. Estaban en Motilla del Palancar, era madrugada cerrada, y Sol se había arrepentido de fichar por el Real Madrid y dejar atrás Mestalla. El gran bombazo del mercado de aquel verano quedó en vilo durante la hora que costó convencer al zaguero de que siguiesen el curso por carretera hasta la capital. Después de cinco temporadas volvió al Valencia. Aquel fichaje por el Madrid se había fraguado en una cacería, en la que coincidió con Santiago Bernabéu, que a su vez ya había negociado con Ros Casares ,entonces presidente valencianista.

La siguiente no es tan conocida. Sol, reclutado por su amigo Frank Arnessen, formaba parte de la red de ojeadores del Chelsea en España. Y se presentó la ocasión de firmar, en edad juvenil y con un simple cambio de residencia, a Raúl Albiol, una de las perlas de la cantera de Paterna. Sol atendió al ruego del Valencia CF y no mordió a la presa, y con su inconfundible don de gentes disuadió al club londinense del fichaje del juvenil. En el fútbol, ese deporte que ya había cambiado para siempre con el desembarco de inversores extranjeros en las grandes ligas, persistían viejos códigos que Sol respetaba con elegancia.

En este tristísimo año para el club de Mestalla, con Juan Cruz Sol, “Loqui” para sus amigos que eran legión en cualquier ciudad de visita, el Valencia CF pierde a uno de sus más legendarios futbolistas. Jugó 381 partidos entre 1965 y 1981, fue capitán, campeón de Copa en 1967, de Liga en 1971 y de la Recopa y la Supercopa de Europa en 1980, delegado, directivo y embajador del club. Pero su figura carismática no se puede entender únicamente desde el legado estadístico de un palmarés, su trascendencia va mucho más allá.

Sol entronca con la gran tradición de futbolistas vascos de la entidad de Mestalla, de ese club en cuya primera alineación oficial ya asomó un vasco, el delantero Nicolás Guerendiain, guipuzcoano como Sol. El club que dominó el fútbol español de los 40 con una decena de vascos, de distintas ideologías, pero que encontraron en el Valencia un relato compartido y echaron raíces para siempre en la ciudad. Fue un vasco, Mundo, el que le propuso reconvertirse en lateral derecho. Fue otro vasco, Iturraspe, el encargado de fichar a Sol con sólo 17 años, asombrado por las condiciones del por entonces interior derecho que había aprendido a jugar en la calle San Francisco de Elgoibar, empezaba a despuntar en el Gazteak y compaginaba el fútbol con el juego de pelota vasca. Una pasión que no abandonó ni durante su práctica profesional futbolística, ni una vez retirado. Son decenas los frontones y trinquetes valencianos que vieron en acción a Sol hasta casi los 60 años jugando con su inconfundible melena, con esa nariz de boxeador con el tabique roto en un partido contra la URSS y sus piernas encorvadas.

El servicio al club de Sol continuó una vez ya retirado. Acompañando a los Antonio Company, Paco Real, Jaume Ortí, a Españeta, a todos aquellos empleados y dirigentes tan añorados que le daban al Valencia una dimensión próxima y más humanizada. Atendiendo al equipo como delegado hasta aquel error en Copa del Rey en Novelda, con la alineación indebida de Serban, que supuso la eliminación del Valencia. Un descuido que el valencianismo le perdonó al instante, pero que él ya no olvidaría el resto de sus días. Y Juan era la cara amable que atendía a cualquier aficionado en los hoteles de concentración y que en cada pretemporada tomaba algún café con los periodistas y desplegaba conversaciones cultas y llenas de bondad.

Con motivo de la última final de Copa del Valencia, en mayo de 2019, este redactor juntó a Sol junto a sus compañeros Sergio Manzanera, Antón Martínez y José Vicente Forment, todos ellos protagonistas del último precedente de un Barcelona-Valencia en una final de Copa. Un partido decidido en la prórroga con un 4-3 salpicado de escándalo, con una decisiva intervención del árbitro Sáiz Elizondo. A medida de que los cuatro hombres sabios iban refrescando la memoria y exorcizando el recuerdo amargo de aquella noche, Sergio, Antón y Forment coincidieron en la expulsión por protestas de Sol en el minuto 70 como la causa de la derrota. Mientras los tres increpaban a Sáiz Elizondo, Sol desplegó su sonrisa y zanjaba la cuestión: “Loqui, no les hagas caso a estas fieras. Es el precio del fútbol. Ya está”. Con esa misma elegancia ha representado al Valencia CF hasta el final, por ingrato que sea el presente incierto de la entidad. Era la obligación del último caballero.