La noticia tan temida llegó con la fuerza de un terremoto: Diego Armando Maradona ha muerto pocas semanas después de haber cumplido los 60 años. Nadie se atrevió a pronunciar esas palabras sin tartamudear. Un país balbucea y llora. «No puedo creerlo. Estoy desolado», dijo el presidente argentino, Alberto Fernández, y decretó tres días de duelo nacional. «Nosotros lo amamos. Nunca le vamos a poder pagar tanta alegría». Fernández ofreció a la familia realizar el velatorio en la sede presidencial.

Maradona falleció en horas del mediodía en su casa de San Andrés en Nordelta, una zona del norte bonaerense donde se levantan lujosas urbanizaciones y que había elegido para recuperarse de la reciente operación del pasado día 3 de un coágulo en el cerebro.

De acuerdo con las primeras informaciones, el excapitán de la selección campeón del mundo 1986 se descompensó y sufrió un paro cardiorrespiratorio. Nueve ambulancias llegaron inmediatamente al lugar. No pudieron reanimarlo.

César Menotti, quien lo hizo debutar en la selección en 1977 ante Hungría, con 16 años, no pudo ocultar su desconsuelo. «No lo puedo creer. Estoy destruido». A Carlos Bilardo, su entrenador en México-86 y con serios problemas de salud, no le dejaron ver la televisión para que no se enterara del deceso.

Una sensación aciaga flotaba en el aire desde el 30 de octubre, el día de su 60º cumpleaños. Se dijo que podía haber contraído coronavirus. Sin embargo, su entornó lo arrastró al festejo que se realizó en el estadio de Gimnasia y Esgrima, su último club como entrenador. La sorpresa de los que siguieron esas instancias fue mayúscula: se le vio mucho más deteriorado que antes. Ni siquiera le acercaron un micrófono: no podía hablar. Tuvo que ser asistido para caminar. Los honores que recibió fueron breves. Pronto, los organizadores del evento se dieron cuenta de que Diego no estaba en condiciones de mantenerse en pie y lo llevaron de vuelta a su casa. El 2 de noviembre se desencadenaron los incidentes que llevaron a su fallecimiento.

Lo primero fue el golpe en la cabeza. Luego lo internaron con un cuadro de depresión y deshidratación en la ciudad bonaerense de La Plata. Pero de inmediato se advirtió que la caída había sido más severa de lo estimado. En su cráneo se alojaba un coágulo que podía dañar el cerebro. Llegó entonces la operación. Su médico personal, Leopoldo Luque, intentó despejar los fantasmas y temores posoperatorios. «Diego está increíble. Hay que seguir trabajando. Hay un equipo muy grande de médicos, yo estoy a su lado», dijo ocho días después de darle el alta hospitalaria.

Esta vez, este 25 de noviembre, se agotaron los prodigios que mantenían aún su aliento. Según el diario Clarín, Maradona partió con «dos dolores muy grandes»: no haber podido reunir en su último cumpleaños a todos sus hijos -Dalma Nerea, Gianinna Dinorah, Jana, Diego Fernando y Diego Jr. (su primogénito italiano y quien no podía viajar ya que estaba hospitalizado con coronavirus en Nápoles)- y también a su nieto Benjamín Agüero Maradona, el hijo que Giannina tuvo con Sergio Kun Agüero. El astro falleció acompañado de los allegados de su apoderado, Matías Morla, y una mucama que decía amar como a su madre. «En un año anormal para la humanidad, con el coronavirus en todas partes, este día será para la eternidad el de la muerte de Diego Armando Maradona. El del mejor jugador de la historia del fútbol.