LA PARTIDA QUE SE RECORDARÁ EN LOS SIGLOS FUTUROS

En San José de Albán, el último de los rincones de las montañas nariñenses de Colombia, allá donde fue a recalar para purgar sus muchos pecados el cura guerrillero Santa Cruz, vasco del ejército carlista, se jugó en noviembre de 2017 la partida de Llargues con más expectación de los últimos siglos. Más de cinco mil personas se congregaron en la fiesta que hasta allí llevó la CIJB, de la mano del mecenas José Luis López y que congregó a las selecciones de Valencia, Euskadi, Colombia e Inglaterra. Lugares incrustados en las montanas andinas, entre volcanes, donde la guerrilla capta a los jóvenes sin futuro, porque de los cultivos legales apenas hay posibilidad alguna. Allí aguantó el juego de pelota a mano, seguramente como lo llevaron los frailes vasco-navarros, y como lo contempló el propio cura Santa Cruz en la región lindante del Putumayo, en Mocoa, donde se sorprendió en una visita misionera de ver jugar a Bote Luzea, en partida que, por discusión sobre unas chazas- ratlles-, acabó a machetazos y muertes a diestro y siniestro. Pero eso fue a principios del siglo pasado.

La partida que enfrentó a vascos y valencianos a casi diez mil kilómetros ocurrió un 24 de noviembre de hace algo más de tres años. Lo hicieron con la pelota autóctona, de caucho, al juego que los lugareños denominan Chazas, que los vascos nombran como Bote Luzea, y los valencianos Llargues. Ganaron muy apretadamente los valencianos.... todos ellos recibidos por las gentes como verdaderos ases del deporte. Para ellos, los llegados desde las tierras europeas, aquellos altos y espigados pelotaris eran algo así como los Messi y Cristiano Ronaldo de su juego. La selección colombiana tiró de orgullo y se proclamó vencedora en las partidas contra ingleses, valencianos y vascos. La jornada resultó inolvidable para los que tuvieron el privilegio de vivirla. «Este recuerdo será imborrable», dijo con ojos de ilusión Genovés II, cuando el autobús llegó a los límites del término municipal, atravesando cañones y paisajes bellísimos, y la alcaldesa, acompañada de una numerosa comitiva acompañó en desfile con banda de música y banderas de los distintos países, que ondeaban los escolares disfrutando de un día proclamado como festivo.

Once años antes, poco después de que el pueblo fuese tomado por el ejército guerrillero, un joven lugareño, Braulio Salcedo, hoy gerente de una Fundación que rescata a jóvenes campesionos de la miseria, se había empeñado en que los dirigentes de la CIJB visitaran aquel apartado lugar controlado por los «muchachos» del ELN. Su ilusión era ver algún día jugar a los pelotaris españoles en aquella plaza de juego, usada como mercado, donde, confesó, había muerto su madre en un ataque guerrillero. José Luis López prometió que allí llegaría el Mundial. Y allí llegó, once años después para convertir la jornada en la más bella de la historia del Juego a Llargues que recuerdan los tiempos modernos. Fue la Partida de la Paz. La más soñada. La que hubiera redimido al cura Santa Cruz. Allí no hubo machetazos, sino camaradería; allí hubo reencuentro con los sentimientos de hermandad, hubo torneo –justas, fue la palabra utilizada por el sacerdote que bendijo el evento- Allí se visualizó el espíritu del movimiento de respeto a la identidad cultural que representa la CIJB.