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VA DE BO

La necesidad de Pelayo

La necesidad de Pelayo

Cuando la capital valenciana era una ciudad rodeada de huerta, las siete acequias del Túria la cruzaban a la vista de todos, y los campos de hortalizas llegaban próximos a la ronda vieja de tránsitos, el Trinquet de Pelayo programaba cada jueves la partida grande. Era el día de mercado de ganaderos en el cauce del río. Posteriormente, ya a principios del siglo XX, la jornada del sábado comenzó a adquirir preponderancia. Muchos años después nuestra generación tuvo el privilegio de asistir a la época de Genovés midiéndose a los mejores tríos con prohibición de pegadas; se deleitó con el dau de Eusebio, su bragueta, su perfecta colocación y su maestría, y vibró con el más difícil todavía de Paco. Tiempos en que los pelotaris y los trinqueters gozaban de libertad para autogestionarse, proponer desafíos, y como los viejos huertanos, pactar verbalmente las partidas que las apuntaban en la libreta, pequeñas agendas, las más baratas. Todo aquello tendría algún defecto, como era la prioridad de la apuesta que obligaba muchas veces a largas esperas hasta el grito de alerta, ¡Va de bo! Pero… ¿qué es, qué hubiera sido la pelota profesional, sin apuestas? Con su salsa disfrutaban los apostadores y los jugadores y cuando el ambiente estaba caldeado, cuando los marxaors disfrutaban cortando talonarios y anotando en los reversos, cuando el pelotari «pegava la cabotà», y daba confianza a sus padrinos, sabíamos que allí llegaba el espectáculo.

Han cambiado los tiempos. Pelayo, lo hemos conocido, anunciaba partidas los lunes, miércoles, jueves, viernes y sábados. Pelayo se animaba con desafíos matinales entre aficionados de lo más diverso. Hemos conocido la pérdida del Feriante, un destacado postor que se atrevió a desafiar a Eusebio, él cogiendo la pelota donde estuviera y tirándola de brazo. Eusebio necesitaba llegar a las galerías para ganar. Y ganó de milagro… ¿Sería posible un desafío hoy de esas características? No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor pero hubo un tiempo creativo, vivo, desafiante en el mundo profesional. El temor a que una empresa de fuera lo controlase provocó un pánico que acabó con las libertades en aras a una supuesta modernización, teniendo como espejo a la pelota profesional vasca que, ya entonces, y hoy más, vive de la subvención pública a través de la televisión autonómica.

Pelayo es hoy más necesario que nunca. Los tiempos no son los mejores para el mundo profesional que soporta, además, esta terrible y eterna crisis de la pandemia; las apuestas han descendido hasta su casi desaparición. La crisis influye, la competencia del juego on line hace daño, la pérdida de protagonismo del postor, antes el rey de los trinquetes y hoy obligado a pagar su entrada…todo parece condenar a este deporte. Pelayo estuvo a punto de cerrar en tiempos de Arturo Tuzón. Hoy, gracias a la apuesta de José Luis López sigue abierto, notablemente mejorado y a disposición de la Fundació para lo que ella determine: partidas de profesionales, jueves y sábados y ahora con actividades de tipo cultural, desde presentación de libros, a conferencias y conciertos. El cierre de Pelayo sería un mazazo definitivo para la pilota valenciana. Todo lo que signifique una presencia pública en la promoción, en el mundo fallero, en los clubes ( aspecto a explorar), sosteniendo partidas de primer nivel, es apostar por el viejo Joc de Pilota. La historia exige ese respeto a todo lo que ha significado uno de los recintos deportivos más antiguos del mundo.

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