El Valencia no está para casi ningún trote. Todavía menos para los de una eliminatoria a partido único contra el Sevilla, un rival de su categoría por volumen pero contra el que hace tiempo que no da la talla, ni qué decir si sus plantillas pasan por la báscula. Fue una crónica anunciada, nada que pillase de nuevas, tal y como se anticipó con la distancia de años luz entre una alineación y la otra. También la coartada perfecta para que cuatro días después de que le diesen en una mejilla contra el Atlético, en el Sánchez Pizjuán le partiesen entera la otra. Esta vez, además, desde que sonó la campana. De Jong, que ejerce de subalterno de En-Nesiry en LaLiga, lo tumbó a la lona con un doblete. Habría sido un milagro aguantar el primer asalto con un once sin garantías y del todo indescifrable, una dimisión en toda regla. Entre el doblete del delantero holandés y una vaselina de Rakitic se confirmó antes del descanso que para el Sevilla no había rival.

Vapuleado de buenas a primeras, el Valencia ni lo intentó. La segunda parte se consumió a la espera de que el Sevilla marcase el cuarto, algo que no ocurrió porque los de Lopetegui levantaron el pie y evitaron riesgos después de la lesión de Navas. Visto el panorama, a Javi Gracia le faltó tiempo para aparcar a los contados titulares que había puesto en circulación. Con Gabriel Paulista y Racic en el arcén, el equipo acabó de plagarse de novilleros. Fue de órdago el papelón para chavales como Álex Blanco, Koba Koindredi, Cristian o Esquerdo. sin mayor escolta ante el peligro que la de Kang In, Guillamón o un Wass convertido en lo más parecido a un faro para un partido a oscuras. No es culpa del filial, en riesgo de bajar a Tercera, que al Valencia se le haya ido la luz.

Las responsabilidades vienen de arriba. Año y medio después de su punto álgido, la Copa marcó el más bajo de la era Lim, eliminado con sonrojo en la misma ciudad donde levantó el título y a la espera en LaLiga del Elche en un duelo por todo lo bajo. A diferencia de la rendija que abrió el gol de Racic en el Metropolitano, uno de los pocos que repitieron, en esta ocasión al Valencia no le alcanzó para nada. Con «rotaciones obligadas», el último eufemismo de Gracia, el planteamiento fue un manotazo para quien abogaba por no renunciar al torneo del KO.Empezó dominando de inicio el Sevilla, lo esperado, y pese a un sobresalto aislado en el que se durmió Bono, el equipo de Lopetegui no tardó en asestar el primer zarpazo tras un córner. De Jong se elevó sobre Racic, que ni saltó, y el balón silbó desde que salió de su frente hasta que impactó en la red. Fue el reflejo entre las distintas velocidades de un equipo que acaba de fichar al Papu Gómez y la única marcha de otro al que solo le ha dado para recuperar a un cedido como Pizzini, devuelto a toriles tras un año sin jugar. A partir de ahí la segunda unidad del Sevilla sonrojó a la del Valencia, que a base de errores encajó el segundo y ya con el descanso encima el tercero, una vaselina de Rakitic tan humillante que pareció que el croata estuviese en un entrenamiento.

Tiene difícil arreglo el Valencia. Imposible si de lo que se trata es de un cuerpo a cuerpo como el que propuso Lopetegui. Por más vueltas que le diese Gracia, si con lo que hay no le alcanza para competir en LaLiga, ni qué decir para improvisar la Copa. Si bien hasta ahora, salvo el ridículo de Terrassa, los cruces contra rivales menores habían servido de ancla para la reacción, estaba cantado que al primer envite serio acabaría en la cuneta, máxime sin poner la carne en el asador. El Sevilla jugó con la solvencia de los equipos grandes, dominador en todas las facetas del juego. Ganó sin necesidad de despeinarse, tan sobrado que prefirió sestear a hacer sangre.

Detrás de la derrota, contundente en el fondo y chirriante en la forma, se abre otra grieta de incalculables consecuencias. Entre otras cosas porque por el camino ha vuelto a quedarse Guedes. Después de haberse quedado en los últimos tiempos sin recreo, Gracia no lo dejó ni subirse al avión. Un descosido que se sumaba a los agujeros por lesión, lo que faltaba para no quitarle un ojo al duelo por todo lo bajo del sábado contra el Elche.