Reparto de puntos y amigos

El Valencia evita la derrota en San Mamés con un gol de córner que le permitió rehacerse al que Guillamón se marcó en propia puerta

Paulista se dispone
a rematar en la jugada
del empate.  e.press/afp7

Paulista se dispone a rematar en la jugada del empate. e.press/afp7 / rafa marín. valència

rafa marín. valència

El Valencia no bajará a Segunda, pero tardará mucho tiempo en dejar de tener tan presente a Marcelino. Puede ser capaz, como ayer, de arañarle un punto, sobre todo tras confirmarse que el contexto emocional del partido superaba cualquier otro argumento deportivo. Sin embargo, el equipo de Javi Gracia sigue sin estar en condiciones de pasar página. Lo sabe antes que nadie el propio Gracia, que se despidió rápido y dejó a los jugadores abrazándose en el césped con quien fue su líder. No hay mejor piedra que esa comunión para edificar un proyecto como el que se voló sin control en Mestalla. Sin siete de sus titulares y con la cabeza en el Levante, a los leones les faltó pulmón y piernas, la única vía mediante la que llegaron con peligro. A los blanquinegros, destreza para no marcarse en propia puerta. También acierto, sobre todo en los delanteros, para no depender de un córner y el muelle de un defensa como Paulista.

Con el descanso encima, el autogol de Hugo Guillamón ahondó en la herida de un equipo obligado a un ejercicio de dignidad continuo, incapaz de deslizarse por LaLiga sin sentirse al límite en cada jugada. Volvió a evidenciarse con el empate, celebrado con el corazón en la boca. Aunque no demasiadas, las ocasiones sí fueron suficientes como para haber pensado en irse con victoria de un partido en el que no se podía llamar revancha a lo que solo era morbo. Sobre todo del lado del Valencia, cuyo techo se limita hoy por hoy a la permanencia y la condena de reencontrarse una y otra vez con secuelas y disfunciones, particularmente las defensivas. Aunque en el toma y daca final la traca estuvo repartida en las dos áreas, fue el equipo de Gracia quien terminó a los puntos un palmo por encima, merecedor como mínimo de la igualada.

Confirmada la sospecha de que los fichajes arrancarían en el banquillo, el técnico del Valencia redujo a su mínima expresión el margen de sorpresa en el once. Tuvo que pasar más de una hora para que se estrenase Cutrone, el único de los tres que lo hizo. El italiano, que acompañó el balón con la mirada en el 1-1, tuvo la mejor oportunidad para la remontada. Fue en una contra bien lanzada por Doménech en la que combinó con Maxi. Sin embargo, el uruguayo prefirió asistir que rematar, una tónica de un tiempo a esta parte. Al delantero cedido por los Wolves le cogió el pase quitándose las legañas y no vio portería. Poco después fue Racic quien probó un disparo de los suyos, aunque descargó a destiempo y el VAR confirmó que no fue una mano la que lo desvió a córner.

Con la bandera de Guedes, revitalizado entre líneas en un día de esos con más sol que nubes, el Valencia dio réplica a un rival que empezó encimando. Suya fue la primera ocasión, una combinación nacida del portugués que terminó en remate pifiado de Maxi, que ya avisaba de cómo está. El charrúa, como quien llega a una fiesta sin conocer a nadie, falló un gol cantado, incapaz de ligar con nadie.

No fue la energía contagiosa de Marcelino la que se impuso en el campo, sino la parsimonia de Gracia, con un plan que le permitió cercar el área, que Gayà probase con colmillo un centro-chut o que Manu reclamase sin éxito un empujón en boca de gol. Poca cosa porque casi todo fueron balas de fogueo en las botas de delanteros sin dinamita. Y es que, pese a cargar con la iniciativa, el Valencia simplificó sus movimientos, mientras que del Athletic apenas hubo noticias hasta el gol. Los porteros estaban sobrando hasta que una salida de los leones a toda pastilla dejó a los de Gracia abatidos. A la espalda de Thierry, que había doblado en vano a Wass, se abrió una autopista por la que Morcillo circuló como un bólido. Doménech empezó el sainete no llegando al centro y en su intento por evitar que lo rebañara Williams, quien acabó rematando a la red fue Hugo.

Absolutamente grogui, fue un milagro que el Valencia se mantuviese en el partido. Si lo consiguió fue porque Doménech, capaz de todo, se desquitó de su error de cálculo con un paradón soberbio, producto de sus reflejos. Primero abajo y después con un palmeo arriba. Todo había venido de otro desajuste: Williams tumbó a Thierry en el cuerpo a cuerpo, pero cuando Sancet estaba pensando en cómo celebrar el gol, la respuesta a su disparo lo dejó con cara de póquer. Esa jugada marcó un punto de inflexión para que el Valencia se rehiciese, aunque el empate llegó a balón parado. Paulista cabeceó el servicio pasado de Soler como si tratase de escapar de una camisa de fuerza, la misma sensación con la que el Valencia pasa por los partidos.

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