VITA DA MEDIANO
Gayà arenga por todos

José Luis Gayà, capitán del Valencia CF, en un partido amistoso disputado este pasado verano en Paterna. | EFE/ KAI FÖRSTERLING / carlos bosch. València
La escena es hermosa y maldices no saber más que la primera frase del himno, ese «Athletic gorri ta zuria» (Athletic, rojo y blanco). Manolo Delgado, histórico preparador físico de los leones, arenga a un centenar de alumnos de la Ikastola Lauro, de no más de diez años, para que le acompañen en el cántico del himno del club. La letra se corea poderosa, con la energía telúrica de una haka de los All Blacks. La secuencia, de 2018 y recuperada en las redes en la víspera de la semifinal de Copa ante el Levante UD, es la misma que se reproducía antes de cada partido en el vestuario del Athletic de los Goikoetxea, Sarabia y Liceranzu. Un minuto y catorce segundos de fútbol, religión y sentido de pertenencia que, contemplados desde la devastación que rodea a Mestalla, podrían incitar a un artículo crepuscular.
Y sin embargo, todo ese combustible identitario del vídeo del Athletic Club se manifiesta en el valencianismo de José Luis Gayà. Resulta una obviedad tener que destacar su papel futbolístico, su posición afianzada entre el top 5 de los mejores laterales izquierdos de Europa. Su liderazgo traspasa la esfera deportiva para adentrarse en lo espiritual, para recordarnos que su continuidad evita la desconexión definitiva del club con una masa social que ya no lo reconoce como propio. Gayà es el Valencia que nos gusta, el que nos pertenece. El Valencia que aspiramos a rescatar. El club de los aficionados de comarcas que quizás no crecimos viendo la silueta de Mestalla cada día volviendo del colegio, sino como el descubrimiento de un templo que una vez cada dos semanas se anunciaba luminoso, a kilómetros, como un ovni. No se trata de un paseo de veinte minutos a pie, sino de tremendos pedazos de road movie, de días de fiesta con paradas en áreas de servicio de autopista y el desembarco masivo de acentos abiertos con aroma de caliqueños. Más que un club, el Valencia es el encargo cifrado por el que la acequia subterránea del estadio convoca a su feligresía bajo el eco rotundo de los Puchades y Claramunt.
Pero además, el valencianismo de Gayà se ha forjado en las tensiones de territorios de frontera. La Penya Barcelonista de Pedreguer nació tres años antes que el propio lateral y agrupa a más de 300 vecinos. El ejercicio de la militancia blanquinegra no descansa desde la brisa de la abrumadora mayoría, sino en una cohabitación no siempre cómoda y forjada con burlas y rivalidad. Y también distancia. Mestalla queda a cien kilómetros y el sueño de debutar con el primer equipo obligaba a escuchar los partidos de Champions por la radio, por la AP7, ya noche cerrada, volviendo cada día de entrenar.
Por lo tanto, soportar el trance actual, con un club desmantelado y con una viabilidad en serio riesgo, no induce a Gayà a huir, sino que afila más todavía el instinto de protección hacia la entidad. A defenderla con ese escorzo desafiante de Astérix, cuando se encaraba con Lukaku en Old Trafford, sacándole tres palmos de altura y sesenta libras de peso. No habrá un cántico multitudinario viral que pueda superar el gesto de una ampliación de contrato. Mestalla sigue vacío, el Valencia está abandonado, pero Gayà ya arenga por todos.
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