Príncipe de Johor. Son las tres palabras que como un mantra resuenan sin descanso en el convulso entorno del Valencia CF desde que la figura de Tunku Ismail apareciera esta semana en escena. De la primera de ellas, la de ‘príncipe’, poco queda ya por decir. Fortuna familiar de cientos de millones según la revista ‘Forbes’ y gustos excéntricos podrían resumirla. Si se habla de la última, la de ‘Johor’, la situación cambia. Tras un nombre lejano y exótico, este territorio ubicado en pleno corazón económico del Sudeste Asiático encierra muchos misterios. Y pocos de ellos, entre escándalos y violaciones de derechos básicos, son positivos.

Como punto de partida, en la actualidad el sultanato de Johor es uno de los trece Estados que componen Malasia, en concreto el situado más al sur de la península de Malaca, con su capital Johor Bahru a escasos 30 kilómetros de Singapur. Con casi medio milenio de historia -su fundación data de 1528- la presencia colonial -primero portuguesa, luego neerlandesa y finalmente británica- marcó gran parte de las relaciones internas y externas tanto del sultanato como del territorio que hoy compone Malasia, que se establecería finalmente con su composición federal actual en 1965 tras independizarse el enclave singapurense. Sus caminos actuales, pese a todo, siguen teniendo mucho que ver con su pasado.

Porque en esos ecos -en concreto en los que dejó la herencia británica- se enmarca todavía su sistema de Gobierno, basado en una democracia representativa de dos cámaras inspirada en la de Westminster, aunque con una notable diferencia: en el caso malasio va acompañado de una monarquía que no es hereditaria sino electiva. Así, el padre del futuro gestor del Valencia CF, el sultán Ibrahim Ismail, participa junto a los representantes de la realeza de los otros ocho estados -los conocidos tradicionalmente como malayos- y los gobernadores de los cuatro territorios restantes en un encuentro en el que se escoge de forma rotatoria, cada cinco años, un nuevo rey para toda Malasia que hace las funciones de jefe de Estado. Como características básicas, tiene que ser hombre, descendiente de familia real y, sobre todo, musulmán, dado que también ejerce como líder del Islam en el país.

Muy diferente a la del monarca es la llegada de un nuevo sultán a un Estado como el de Johor. El trono pasa de padres a hijos y, siguiendo esta tendencia, el futuro gestor del Valencia se convertiría -como primogénito- en el 26º sultán del Estado, el sexto de la dinastía Temenggong, que gobierna este territorio asiático desde 1855. Casi 170 años, especialmente los más recientes, marcados por la polémica.

Escándalos reales entre abusos

La lista de incidentes en el entorno de la realeza johoreana no es menor. Como mayor ejemplo, el padre del actual soberano, Mahmud Iskandar, llegó a ser condenado por homicidio tras un tiroteo en 1977 cuando aún era príncipe. Nada le acabó sucediendo. Fue perdonado, reinstituido en el organigrama familiar y ejercería de sultán desde la muerte de su progenitor en 1981 hasta su fallecimiento en 2010.

Antes de ello, en 1992, volvería a ser señalado. El motivo sería una paliza dada a Douglas Gómez, un entrenador de hockey que había criticado al Departamento de Educación de Johor por ceder a las presiones del propio sultán tras la condena a su hijo menor por agredir a un portero de hockey rival. Ambos sucesos, a diferencia de lo sucedido décadas antes, sí que servirían para que el Parlamento malasio realizara cambios constitucionales. Con ellos, la justicia podría procesar a los soberanos -tanto de Johor como del resto de miembros de la Federación- que violaran la ley, quisieran estos o no. Un paso adelante sin duda en un país con todavía muchos retos -especialmente sociales- por delante.

Uno de los más apremiantes pasa por las detenciones ligadas a la libertad de expresión. El pasado año sin ir más lejos un locutor de radio era arrestado por la policía de Johor por supuestos insultos contra la figura del príncipe Tunku Ismail, una detención sustentada en una vaga e imprecisa ley de 1998 aplicada en las comunicaciones y el ámbito multimedia. Las consecuencias de la misma, pese a no definirse cuáles son sus límites, ascienden a multas de hasta 50.000 ringgits malayos -al cambio, 10.290 euros- y penas de cárcel de hasta dos años, un impacto que desde la política del país parece no querer minimizarse.

Graves déficits sin resolver

Desde la aprobación de la norma hasta cuatro primeros ministros de tres colores políticos diferentes han estado en el poder. Ninguno de ellos ha tomado cartas en el asunto. Incluso, como destaca la oenegé Human Right Watch en su informe anual, con la llegada del actual dirigente Muhyiddin Yassin a la cabeza del Gobierno hace poco más de un año, la represión ha ido en aumento, abriéndose cientos de investigaciones contra activistas, políticos opositores e incluso medios de comunicación. En este último, el pasado julio la Policía anunció que estaba investigando a la cadena de televisión Al Jazeera por «sedición, difamación y violación» de la ley comunicativa al emitir un documental sobre el trato dado por Kuala Lumpur a los trabajadores inmigrantes -sin ayudas federales pese a ser los más afectados- durante la pandemia de la covid-19.

No obstante, la falta de derechos en Malasia en general y Johor en particular no es una situación acaecida a raíz de la aparición del virus. En un país en el que hasta un 15 % de los 32 millones de personas que forman su población -según el Banco Mundial- están por debajo del umbral de la pobreza, ésta realidad se encontraba ya muy viva en ámbitos como el respeto de los refugiados, donde se ha impedido por ejemplo que barcos con rohinyás -una etnia que ha sufrido una persecución en Birmania desde 2017- desembarcaran en su territorio devolviéndolos pese a los riesgos al mar. O en el trato a personas del colectivo LGTBI, castigando la ley federal las relaciones que vayan «contra el orden de la naturaleza» con hasta 20 años de prisión y azotes obligatorios.

La igualdad de género, en este sentido, es también otro déficit estructural cuando se habla de puestos de trascendencia política o económica, marginando según muestran los datos del Foro Económico Mundial a la mujer a valores ínfimos en cargos de poder o incluso en la religión, donde el Ejecutivo ha llegado a perseguir organizaciones como ‘Sisters in Islam’ por promover un mayor rol de la mujer musulmana dentro de la religión. Son, entre otros, los oscuros entresijos que encierra el lugar de origen de la que será una nueva figura de importancia en el Valencia CF, que no solo es príncipe, sino también de Johor. Territorio exótico hasta que se conoce su oscuro trasfondo.