Veo las imágenes de Luis Suárez, sentado en el césped, llorando como un niño con el móvil en la mano. Habla con su familia el delantero uruguayo, el de los mordiscos, el de las simulaciones, el castigado en el Barça en el que ya no jugaban ni Puyol, ni Xavi, ni Iniesta, manantiales de fortaleza y creatividad. Llegó Griezmann al Barça y llegó Suárez al Atlético. Juzguen ustedes. Afirma Suárez ante las cámaras de televisión, sin dejar de llorar, que siempre estará agradecido al Atlético por abrirle los brazos en el momento más difícil… Expresa un sentimiento que todo humano necesita: sentirse acogido, respetado, y si es posible, amado. Suárez, el de los mordiscos, el campeón con el mejor Barça de la historia, aquel que hizo del fútbol un arte, resulta que llora como un niño, siente como un niño; y se derrumba y muestra su debilidad: necesita amor y respeto. Y el Atlético se lo ha dado y él, agradecido, se ha entregado con rabia decidida para demostrar que sigue vivo. Porque esos jugadores millonarios, caprichosos, alimentados en su ego por un deporte que moviliza sentimientos de cientos de millones de personas, resulta que a la hora de la verdad son humanos y sienten lo que siente el más pobre de los desheredados. Estando rodeados de lujos y atenciones, saben lo que significa el desprecio y la soledad.

Sabina escribió el himno más hermoso en el mundo del fútbol con motivo del centenario. Nuestro recordado amigo Paco Desamparados estará llorando con Suárez allá donde se encuentre. En su letra, ese sentimiento que no se puede explicar, el de aquel Metropolitano «donde lloraba mi abuelo con mi papá de la mano», se citan una buena cantidad de leyendas desde Ben Barek a Caminero, desde Ufarte a Gárate, desde Collar a Futre… Ese himno que habla de la manera de sufrir, de la manera de palmar, de la manera de morir y que no exalta glorias, sino penas, recoge una historia de sufrimientos salpicados con gestas. Suárez y un grupo de luchadores que no suelen rendirse, que muerden el césped, sin pasecitos a la nada, han logrado el título de Liga. Mucho ha tenido que ver el delantero despreciado en el Barça. Pasarán los años y Luis Suárez recordará su grandiosa etapa junto a su amigo Messi en un gran club como el Barça, pero su corazón ha quedado atrapado en la mano de quien confió en él cuando más lo necesitaba. No sé si Suárez ha escuchado el himno de Sabina, si ha meditado sobre su letra que exalta la épica del sufrir. Lo que sé es que en tan sólo un año se ha ganado el derecho a convertirse en una leyenda del Metropolitano, a meter su nombre en la letra más hermosa de todos los himnos. Porque Suárez sabe sufrir y sabe llorar.