Si hubo una expresión que se repitió al unísono, tanto en el entorno del Villarreal como entre su afición, a la conclusión de la final de la Supercopa de Europa ante el Chelsea esa fue «con la cabeza bien alta». Lo dijo el presidente, Fernando Roig; también el técnico Unai Emery; y lo repitieron desde el núcleo duro del primer equipo e, incluso, aquellos jugadores como Parejo o Coquelin que no pudieron viajar.

La inmejorable imagen que ofreció el Submarino en el encuentro de Windsor Park del pasado miércoles no le sirvió para sumar el segundo título europeo a sus vitrinas tras proclamarse campeón de la Europa League el pasado mes de mayo, pero sí le hizo ganarse algo que tiene un valor incalculable: el respeto y admiración del fútbol europeo.

Y es que, con un presupuesto infinitamente menor que el de su rival (el Villarreal maneja alrededor de 145 millones y el Chelsea cerca de 470 millones) y, pese a los innumerables contratiempos con los que se ha encontrado durante todo el verano (lesiones, coronavirus, jugadores que se incorporaron más tarde a la pretemporada...), el equipo que entrena Unai Emery plantó cara a la pléyade de estrellas de las que el magnate ruso Román Abramóvich se ha rodeado para recuperar su hegemonía en la Premier League.