No se lo creía y se manejaba sin la experiencia de sentarse en la silla caliente. Podía ganar la primera etapa de la Vuelta, dar la sorpresa, verse vestido de líder y dejar sin aliento a los 600 vecinos de Ezkio-Itsaso, la aldea donde vive Álex Aranburu, batido solo por un ciclista voraz, que corre en otra liga, que no regala nada, absolutamente nada, que se llama Primoz Roglic, que ha venido a Burgos para acabar vestido de rojo en Santiago de Compostela y que no dejó la primera etapa de la prueba para que otros protagonizaran episodios épicos. Llegar, ver y vencer.

Aún no hace un año, cuando todas las comunidades por las que iba pasando la Vuelta se cerraban perimetralmente, con toques de queda, bares y restaurantes clausurados (excepto Madrid), Roglic llegaba a la plaza de la Cibeles vestido de rojo, el color identificativo del líder de la Vuelta. Y repetía lo hecho el año anterior, en 2019, ante Alejandro Valverde y un chaval de 19 años, desconocido todavía, que se presentaba a la sociedad ciclista y que se llamaba Tadej Pogacar. Y como no hay dos sin tres, 2021 puede ser el de una especial peregrinación de Roglic desde Burgos y en el Camino a Santiago.

«Era corta pero dura. He llegado a la meta sin que me quedara nada en el cuerpo», decía Roglic al poco de alcanzar la catedral burgalesa. Era el instante preciso en el que Aranburu, 25 años y que en 2022 dejará el Astana para enrolarse en el Movistar, se levantaba de la silla caliente sabiendo que había sido segundo, que se había ganado el cariño de un público que pudo regresar a la Vuelta tras un año de castigo pandémico, y que hoy si el viento no lo impide, como corredor hábil en las llegadas masivas, tiene posibilidades de quitarle el jersey rojo a Roglic, que lo cederá con gusto, porque sabe que la batalla aún no ha hecho más que empezar y es una tontería malgastar balas porque sí.

De hecho, salvo el grandioso papel de Aranburu, no hubo sorpresas en la contrarreloj. Se sabía que Roglic, como campeón olímpico de la especialidad, era el candidato número uno a la victoria y que el batallón de escaladores se movería entre unos segundos de pérdida, porque 7 kilómetros tampoco era una distancia para encender las alarmas.

Enric Mas, muy correcto

Y así fue, entre Enric Mas, el mejor de los escaladores (cedió 18 segundos), y Mikel Landa, el peor, como suele ser habitual en este tipo de etapas, que se dejó 39. Y es que el ciclista alavés no quiso jugar con la presión, prefirió ceder algo de tiempo que arriesgar -por ejemplo, Mas estuvo a punto de caer en una curva al tocar el asfalto con un pedal- y hasta se asustó cuando un perro se le cruzó en el camino. Por lo menos no fue un gato negro.

«Debía subir rápido la cuesta de la contrarreloj (la que llevaba al cerro del castillo de Burgos) y controlar las curvas», dijo Roglic. Hace un año ganó la contrarreloj de la Vuelta y hace dos también. Pero en una crono, en Francia, perdió ante su paisano Pogacar, el Tour 2020, a un solo día de París.

«Si te caes, te levantas», acostumbra a repetir un ciclista esloveno que dejó en julio la ronda francesa por caída. Aquello fue como entregar la carrera en bandeja a Pogacar que se quedó libre de marcaje, de agobios, sabedor que Roglic era el único que podía apearlo de la ruta del triunfo camino de los Campos Elíseos.

Roglic es el corredor a batir. Y por si había dudas, anoche lo dejó escrito en las calles de Burgos.