Un técnico para remover el estado de ánimo de todo un club. Cíclicamente el Valencia asiste a una necesidad de catarsis, a aquello que Miroslav Djukic definió como «despertar al gigante». Un rol catalizador en las tres últimas décadas han ejercido entrenadores como Víctor Espárrago, Claudio Ranieri (en continuidad con Héctor Cúper y Rafa Benítez) y Marcelino García Toral. La puesta en escena del Valencia de José Bordalás ante el Getafe, con el factor ambiental de Mestalla aún muy condicionado por el aforo limitado, explica hasta qué punto la personalidad de un entrenador puede transformar un entorno y hasta qué punto son necesarios en momentos puntuales de la vida de los clubes.

Es el método. Se vio un Valencia que a pesar de sus lacerantes necesidades en forma de refuerzos, tiene asimilada una identidad. Orden, contragolpe y contundencia en las áreas. La inesperada expulsión de Hugo Guillamón activó, más si cabe, los sentidos de un equipo generoso en el esfuerzo y muy obediente en la pizarra. Una identidad que conecta con otras épocas y que enganchó a los diez mil aficionados presentes en Mestalla desde el silbatazo inicial. Hubo una estadística significativa de ese cambio de espíritu, con las 24 faltas cometidas por el equipo, que triplicó la media de infracciones de los dos últimos años.

Es el método, pero también la estética. En un club en riesgo serio de desarraigo, sobre Bordalás recae con naturalidad un liderazgo que va de la pizarra hasta el aspecto más externo, hasta en las apariencias y gestos. La energía con la que el técnico alicantino se desgañitó desde el banquillo corrigiendo y arengando a los futbolistas es un signo visual contra el pesimismo que asedia a la entidad. La involución del club desde septiembre de 2019 ha tenido factores aceleradores en la elección de los entrenadores que siguieron a Marcelino. A la escasa suerte sobre el terreno de juego de Albert Celades o Javi Gracia les siguió, fatalmente, el escaso carisma de una actitud apocada, escasamente pasional. Evidentemente, no es mejor entrenador quién más vocifera, pero en el éxito de un preparador computan elementos como las características de una institución y su entorno, y sobre todo el contexto concreto, muy crítico en el Valencia actual y extraordinariamente necesitado de una figura que aglutine fútbol, imagen y el entero club. En este sentido, Bordalás es el entrenador idóneo en el momento más oportuno. La figura capaz de reactivar los resortes adormecidos de un club con tradición y masa social suficientes para resurgir, más allá de las inmediateces del «fair play».

Si la llegada de su fichaje ya fue saludada por los aficionados de modo positivo, el aterrizaje en el vestuario ha sido perfecto. Para un bloque como el actual, con una media de edad baja y muy castigado a nivel anímico con las convulsiones de los dos últimos cursos, el papel de Bordalás a la hora de concentrar la presión y liberarles resulta un cambio trascendental. A las arengas se unen las charlas en las pausas de hidratación. Con la novedad de esta temporada de escuchar algunos fragmentos en televisión, al estilo de los tiempos muertos de baloncesto, se apreció el discurso de Bordalás y el respeto que genera. Las declaraciones públicas de pesos pesados del vestuario como José Luis Gayà y Carlos Soler han refrendado la conveniencia de la llegada de Bordalás, cuya palabra ha sido clave para enganchar para la causa a activos desaprovechados de la plantilla, como Maxi Gómez, muy destacado el viernes en Mestalla.

La actitud de Guedes y Wass

La revitalización colectiva se detectó incluso en actores que podrían estar de paso. A Daniel Wass se le vio celebrar con energía el gol de Soler, se vació en el campo y fue recompensado por la grada, después de un verano en el que ha tratado por todos los medios de salir del club. Y por otro lado, en Gonçalo Guedes, la eterna promesa de estrella de mirada baja y con el cartel de transferible muy visible, completó un partido exhibiendo sus mejores virtudes y jugando para el equipo y, una vez retirado, se le observó desde el banquillo muy implicado y participativo en los momentos de avalancha en ataque del Getafe.