Los corredores miraban las hojas de los árboles para ver cómo se movían. Había pánico a lo que no ocurrió; que un aire huracanado cortase el pelotón en mil pedazos y se desatase una batalla demasiado dura con apenas dos días de Vuelta. Pero en un viaje por la provincia de Burgos, los ciclistas llegaron a la capital castellana con el aire soplando a sus espaldas para impulsarlos a más de 60 kilómetros y dejar la sentencia de la victoria entre los velocistas que se han apuntado a la carrera.

Por el camino hubo varios sustos y los primeros damnificados entre los que llegaron a la Vuelta con el ánimo de soñar con una posición de honor porque una caída a 4 kilómetros de Burgos provocó que muchos ciclistas se estamparan contra el suelo como si fueran fichas de dominó colocadas una al lado de la otra.

Ganó otro astro de la Generación del 98, la que lidera Tadej Pogacar, un año que se plantea como mágico entre quienes nacieron mientras el Tour vivía su peor edición golpeado por el dopaje y el ciclismo parecía morir entre druidas y pociones prohibidas. Jasper Philipsen, un belga que corre en el Alpecin, el equipo del ausente Mathieu van der Poel, se llevó la victoria que posiblemente merecía por el empeño que le puso durante el Tour, casi siempre derrotado por Mark Cavendish, en su resurrección como velocista. Philipsen fue tres veces segundo (una de ella en París) y otras tres tercero en los esprints de la ronda francesa. Así que en Burgos, en una recta larga, superó con cierta facilidad a sus rivales y sobre todo a Fabio Jakobsen. El esloveno Primoz Roglic conservó el jersey rojo.