«¡Uy! ¡Uy! ¡Uy!». ¿Por qué levanta la vista? ¿Por qué mira la calle por la que hace tiempo los camiones vaciaban el depósito de gasóleo y armaban un revuelo en Valdepeñas de Jaén si trataban subir a lo alto de Pecho Rompe Albarcas con motores sin fuerza? Así se llama la calle. Imposible subirla a pie si la salud no responde. Enric Mas es el que exclama. Había visto «mil veces» el vídeo con la victoria de Purito en 2011. Pero no es lo mismo la pantalla, que cuando se levanta la vista y se ve una calle así. «Puto muro», se dice a sí mismo y añadiendo «con perdón» a los periodistas, después de cruzar la línea de meta, casi tocando, de hecho lo hicieron, a Primoz Roglic, intratable, un punto por delante, voraz, con apetito de victoria, enfadado consigo mismo por atacar a lo loco y caerse el martes bajando a la playa malagueña.

Enric Mas está dispuesto a intentar ganar la Vuelta, que no es lo mismo que ganarla, porque delante tiene a Roglic y es de otra galaxia; del Imperio de Eslovenia. «Es un orgullo poder disputar una carrera como la Vuelta a Roglic o Pogacar, que son los referentes del ciclismo», lo dice Mas, en una forma exquisita, el mallorquín que no se corta en tierras jienenses. Ni corto ni perezoso ataca a Roglic. Abre un pequeño hueco, tan pequeño, que Roglic lo toca; intuición, reacción, sin mala leche. Las bicis se rozan y el mallorquín se enfada y casi parece que vayan a dejar la victoria en manos del último fugado, el danés de Andorra, Magnus Cort Nielsen, el mismo al que Roglic dejó ganar en Cullera. Entraron en la meta los tres mejores ciclistas de esta Vuelta en el orden que llevan en la general.