Van der Poel logra un séptimo Mundial de ciclocrós en la remontada de Van Aert

Un Mundial de ciclocrós acostumbra a ser un universo cerrado, como un club privado, en el que sólo neerlandeses y belgas gozan del pase VIP correspondiente para pelear por una medalla. Si un ciclista se hace especialista en esta disciplina, donde priman el barro, las escaleras y algún obstáculo, tiene que haber nacido en uno de esos dos países. Lo que, sin embargo, no resta ningún mérito a Mathieu van der Poel, neerlandés de nacimiento y campeón del mundo por séptima vez; en esta ocasión en la Francia de sus genes, la tierra de su abuelo Raymond Polidor.

Batirse en estos ambientes supone un plus extra de superación para un corredor como Felipe Orts, 12º, pero el primero de los clasificados con un carnet de identidad diferente al de los súbditos de los reinos de los Países Bajos y Bélgica. Y conseguir el derecho a pelear por la victoria junto a Van der Poel para el único corredor que por lo menos se atreve a toserle, Wout van Aert, se convierte en una dificultad añadida cuando debe partir desde la cuarta línea de una parrilla de salida que en mucho se asemeja a la de la Fórmula Uno, salvo que aquí priman las piernas sobre la eficacia del combustible.

Van Aert, segundo, el ciclista que animó un campeonato del mundo que ya Van der Poel sentenció el primera de las ocho vueltas, apenas ha disputado esta temporada carreras de la Copa del Mundo de la especialidad y por ello no gozaba de puntos suficientes para gozar de una posición privilegiada en la salida. Y sucedió lo mismo que pasa en un gran premio de motor; el astro flamenco se encontró con mucho tráfico en un circuito estrecho, demasiados corredores a los que adelantar, posiblemente menos diestros que él, pero que, debido a un reglamento severo, las reglas de la Unión Ciclista Internacional (UCI), tantas veces discutibles -este año, por ejemplo, en las pruebas de carretera se han inventado las tarjetas amarillas al más puro estilo futbolístico- Van Aert tuvo que partir desde una posición que ya de entrada le impidió pelear por la medalla de oro.

Así que Van der Poel, rápido, fuerte, sobre todo hábil en la conducción en una disciplina donde la técnica es primordial, enseguida puso tierra de por medio con los rivales, se situó a un minuto claro de ventaja y se dedicó a disfrutar durante una hora de la hazaña de convertirse por séptima vez en campeón del mundo. Así igualó a un mito de la disciplina, el belga Eric de Vlaeminck, contemporáneo de Eddy Merckx, Luis Ocaña y el abuelo de Van der Poel. Y de este modo, también, tendrá una privilegiada oportunidad el año que viene, con 31 años, para pelear por un octavo título, sobre todo si Van Aert vuelve a apuntarse al Mundial sin disputar apenas carreras y tenga que situarse en el furgón de cola de la carrera.

La jornada dominical de ciclocrós, en la localidad francesa de Liévan, cerca de la frontera con Bélgica, sirvió para disfrutar también con Benjamín Noval, que acabó cuarto en el Mundial júnior, carrera que lideró hasta que sufrió una caída a mitad de recorrido.