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Charlie Sifford, el golfista que derribó la barrera del racismo: "Solo déjenme jugar"

El jugador, el Jackie Robinson del golf, fue el primer jugador de raza negra que venció las restricciones que existían para los golfistas que no cumplían la "regla caucásica" que había en el circuito de la PGA

Charlie Sifford celebra su victoria en el torneo de Los Ángeles.

Charlie Sifford celebra su victoria en el torneo de Los Ángeles.

Juan Carlos Álvarez

Charlie Sifford consagró su carrera deportiva a derrumbar una barrera que parecía infranqueable para los negros: ser aceptado en el circuito profesional de golf como miembro de pleno derecho. Durante mucho tiempo, antes de que las lesiones y los problemas personales frenasen su imparable carrera Tiger Woods fue el principal motor económico de la PGA, pero para un jugador nacido en 1922 en el Sur de Estados Unidos ese sueño constituía un absoluto delirio. Pero Sifford estaba decidido a convertirse en un símbolo como lo fue Jackie Robinson en el béisbol o Joe Louis en el boxeo. En los años treinta un negro sólo tenía un camino para entrar en el mundo del golf: cargar con la bolsa de palos de un blanco y ganarse así unos pocos centavos.

En el primer cuarto de siglo XX, en pleno auge de este deporte, los campos proliferaban por todo Estados Unidos y los golfistas comenzaron a ser tipos reconocidos, con cierto prestigio entre la opinión pública americana que encontró una clase de ocio que reforzaba su consideración social. Los verdes y amplios campos generaban trabajo y para muchos jóvenes negros se convirtieron en una forma de ganarse un pequeño jornal. Sifford, nacido en Charlotte, fue uno de ellos. Siendo niño no tenía un especial interés por ese deporte, pero comenzó a ejercer de caddie para entregar a su madre cincuenta de los sesenta centavos que recibía por su trabajo. El club de Carolina en el que trabajaba tomó la decisión de permitir que los lunes los caddies pudiesen jugar y, casi a la fuerza, acompañando a otros compañeros Sifford descubrió que aquello le gustaba. A los trece años, ahorrando esos diez centavos con los que se quedaba para sus gastos, se compró su primer palo. No tardó en apasionarse y dejó de conformarse con jugar los lunes con el resto de los caddies. Empezó a colarse en el club a primera o última hora (un método que a lo largo de la historia han utilizado muchos grandes jugadores cuando eran adolescentes como por ejemplo Severiano Ballesteros) y desarrolló así una curiosa cualidad, la de estudiar muy poco sus golpes en el green. Lo explicó mucho después en una entrevista: “De niño llegabas al green y el temor a ser descubierto te obligaba a patear sin apenas analizar el golpe. Me acostumbré y ya no pude cambiar ese hábito”. La cuestión es que el joven Sifford comenzó a convertirse en un prometedor jugador, lo que despertó el recelo de muchos de los socios del club en el que había trabajado desde niño hasta el punto que los responsables del mismo le pidieron que dejase de disputar los modestos torneos locales que se celebraban allí para no molestar a los blancos que se sentían “ofendidos” al verse superados por un negro. Aquello le empujó a mudarse a Filadelfia donde encontró trabajo en una lavandería y podía acercarse al campo de Cobbs Creek, una instalación pública que no restringía el acceso a los jugadores en función de su raza o etnia. Sus cualidades eran cada vez más evidentes.

Con 26 años, después de combatir en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, encontró acomodo en una especie de circuito alternativo que había en Estados Unidos y en el que se refugiaban la mayor parte de los mejores jugadores negros del país: la UGA (United Golf Association). El circuito profesional, la PGA, era inalcanzable para ellos. El golf, deporte racista como ningún otro en aquellos tiempos, tenía en los años cuarenta la llamada “Caucasian only clause”, una cláusula que sólo permitía ser miembro de su circuito a jugadores de raza caucásica. Los negros sólo podían ejercer de caddies en el principal circuito del mundo. Sifford no tardó en convertirse en una estrella de ese circuito alternativo hasta el punto de ganar seis veces su principal trofeo, el Open Nacional Negro. Pero quería más. Estaba decidido a derribar la última barrera sobre todo después de conocer a Jackie Robinson, el hombre que en 1946 se convirtió en el primer negro en ser aceptado en las grandes ligas de béisbol. Quería ser el 'Jackie Robinson del golf', llegó a entrevistarse con él en alguna ocasión en busca de inspiración y fuerza para un combate que tendría inevitablemente un evidente coste personal.

Amenazas

En su tarea le ayudó Stanley Mosk, jurista que llegó a formar parte de la Corte Suprema y que en los años cincuenta trabajó para tumbar muchas de las diferencias raciales que había en la sociedad americana. Fueron años duros en los que Sifford resistió todo tipo de presiones y de provocaciones. Mientras le llovían amenazas tenía que mantener un nivel de juego que le permitiese entrar en el selecto circuito de la PGA cuando le abriesen la puerta y no resultaba sencillo. En 1961 el golf profesional no pudo con la presión y retiró para siempre la “Caucasian only clause”. Para Sifford fue un triunfo a medias porque ya tenía 38 años. Después de que sus mejores años hubiesen pasado, el jugador de Carolina entró a formar parte de la élite del golf mundial. Por primera vez un negro estaba en condiciones de jugar los mejores torneos y medirse cuerpo a cuerpo con Gary Player, Sam Snead, Ben Hogan… las leyendas de entonces, muchos de los cuales se mostraron siempre a favor de la llegada de jugadores de otras razas a golf, pero otra cosa era lo que sucedía en los despachos.

A Sifford se le abrió la puerta de la PGA, pero ahí no acabó su martirio, tal y como le había advertido Jackie Robinson. Su llegada no fue una fiesta precisamente. Continuaron las presiones y se acostumbró a escuchar entre el público comentarios del tipo "vuelve a hacer de caddie chico negro", a que se celebrasen sus fallos, a encontrar amenazas en su taquilla, a que se le destrozase el coche o incluso le robasen el material de juego. Resistió sin ceder un metro durante aquellos años e incluso consiguió ganar dos títulos del circuito de la PGA y ser el primer negro en disputar algunos “majors” (fue vigésimo en un Open USA). Pero hubo puertas que jamás se le abrieron. La de no pocos torneos y sobre todo la de Augusta. El Masters, que representaba lo más conservador de la sociedad de Georgia, jamás le invitó pese a que hubo temporadas en las que cumplía con los requisitos. Allí los negros solo podían ejercer de caddies, de camareros, de jardineros y de limpiadores. Charlie Sifford se retiró sin que los señores de Augusta diesen su brazo a torcer y esa herida le acompañó de por vida. Soñaba con poder jugar rodeado por las azaleas que llenan el campo. Fue Lee Elder, poco después de que Sifford abandonase el circuito profesional, quien tuvo el privilegio de ser aceptado en el club de las afueras de Atlanta para convertirse en el primer no caucásico que disputaba el Masters.

En “Solo déjenme jugar”, la biografía que escribió en los años noventa, Sifford trata de restar trascendencia a su lucha y recuerda que no se consideraba “un militante de la lucha por los derechos civiles” y que “solo quería ganarme la vida jugando al golf y demostrar que un hombre negro podía jugar tan bien como uno blanco”. En el año 2004 le llegó un nuevo reconocimiento: ser el primer negro en ingresar en el Salón de la Fama. Esa noche, Gary Player, en el discurso de bienvenida, dijo que “honramos a un hombre no sólo por lo que hizo en su carrera, sino por el camino que eligió en la vida”. Tiger Woods, que se refería a él como “el abuelo que nunca tuve” le puso el nombre de Charlie a uno de sus hijos como forma de homenajear a Sifford y el presidente Obama le entregó la Medalla del Congreso, la más alta condecoración que un civil puede recibir en Estados Unidos. Sucedió en 2014, apenas unos meses antes de que el 3 de febrero de 2015 un derrame cerebral pusiese fin a los 92 años a la historia del irreductible Sifford. 

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