Se ha marchado en silencio, con la timidez de siempre, como pidiendo perdón. Ayer, de rebote, casi de casualidad, nos enteramos de su ausencia. José Ortuño Martínez, «El Chato de Carlet», una de las primeras figuras de los años cincuenta y sesenta, padre de esa leyenda que ha sido José Ortuño Signes, «Xatet II», nos ha dejado a los 77 años, después de veinte años resignado a una enfermedad degenerativa que ha soportado sin que le faltase la sonrisa y el consuelo. Se anunció en los mejores carteles de la época, junto a pelotaris como El Roget, Patet, Albalat, Suret I... todos ellos de aquella inagotable cantera que fue, primero, la calle de «galotxa» de Carlet y después el trinquete que se levantó junto a la estación, hoy tristemente desaparecido. Compartió carteles con Juliet y Rovellet, en primera línea, y se mantuvo en activo hasta los cincuenta años.

Al «Chato de Carlet», de poderosa «volea» y de juego seguro e inteligente, le conocimos en su decadencia y nos transmitió su amor por este deporte, su honradez y su bondad. Era, y sólo había que mirarle a los ojos, una magnífica persona. Como jugador baste decir que ya veterano, en 1969, se proclamó campeón de España en unión de su cuñado, Antonio Signes, «Suret I», y de Ribes.

Nos legó a un hijo que ha marcado una de las épocas más esplendorosas de la pelota valenciana. Nos queda un recuerdo imborrable de su persona. Se ha marchado poco después de su cuñado Antonio, otro de los grandes en la historia de este deporte.

Palabras de consuelo habrán escuchados los familiares de sus allegados y conocidos. Sirven las mías para sumarme al duelo y para excusar este retraso en hacer pública su ausencia.

Se dice en la hermosa oración de San Francisco que «dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado y muriendo se resucita a la vida». Nosotros, como amantes de este deporte que él tanto amó nos conformamos con algo menos, con mucho menos que ese estilo de vida que siempre intentó cumplir el bueno de José Ortuño: nos conformamos con que Carlet honrase la memoria de tan grandes pelotaris con un trinquete municipal. ¿Será posible?