El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de diagnosticar que la economía mundial ha empezado a superar la recesión pero que España será uno de los pocos países -y la única de las 15 mayores economías del planeta- que demorará su recuperación. España seguirá durante 2010 con tasas negativas en el comportamiento de su producto interior bruto (PIB), según el organismo. El FMI se ha equivocado, y sucesivas veces, tanto en la anticipación y previsión de la actual crisis internacional como en la medición de su impacto en las economías nacionales, caso de la española. Sin embargo, existen suficientes razones objetivas para creer que el informe del FMI es, esta vez, verosímil. España tiene rasgos singulares en su estructura productiva que permiten presagiar una recuperación más lenta.

El Gobierno español replicó al último informe del FMI recordando que había cometido severos errores de diagnóstico en esta crisis. Es cierto. Rodrigo Rato, entonces director gerente del Fondo, afirmó en Brasil el 22 de agosto de 2007, cuando ya se conocía la crisis de las hipotecas subprime en EE UU, que "el mundo crece sólidamente en medio de los temores de los mercados" y que la crisis era "manejable" porque existían "sólidos indicadores". Su sucesor, Dominique Strauss-Khan, sostuvo en noviembre de ese año, poco después del relevo en el FMI: "No hay una profunda crisis en los mercados". Y para el caso de España, el FMI mantuvo (incluso después de las últimas elecciones generales de marzo de 2008) un pronóstico de crecimiento para la economía española en tasas positivas.

Dependencia inmobiliaria

España, en virtud de su modelo y estructura productivos, había fundamentado su vigoroso crecimiento de las últimas décadas sobre una fortísima dependencia de la edificación y una excesiva contribución del consumo y de la demanda interna, todo ello financiado además con ahorro extranjero y, en consecuencia, apalancado mediante un fortísimo endeudamiento exterior.

Y ambos pilares del modelo español fueron justo los sectores que han estado y están en el epicentro de esta crisis. Pocas economías se han visto golpeadas de modo tan frontal como España. La crisis internacional ha estallado precisamente en aquello en lo que más daño podía causar a los fundamentos de la economía nacional: el sector de la edificación y el mercado interbancario internacional, que había permitido hasta ese momento financiar con ahorro exterior un ritmo de vida que había superado hace años las posibilidades objetivas del país, como evidencia el crónico y creciente saldo negativo en nuestra balanza por cuenta corriente. Sólo la solidez del sistema financiero español, merced al mayor rigor del regulador bancario nacional, y las provisiones adicionales que impuso el Banco de España a bancos y cajas, permitió que el descalabro no haya sido mayor.

Endeudamiento

Aquellos países que hayan cometido más excesos durante la fase alcista del ciclo precisarán más tiempo para depurarlos. Por consiguiente, un país como España, que llegó a construir más viviendas anuales que Inglaterra, Francia y Alemania juntas; que tiene un stock estimado de 1,05 millones de viviendas aún sin vender y que ocupa el quinto lugar de Europa por el endeudamiento privado de familias y empresas, precisará de forma inevitable más tiempo.

Pero, además, aunque España encabeza el crecimiento del paro, la caída del PIB ha sido más liviana que en los países de referencia. La misma previsión que acaba de divulgar el FMI apunta a que España caerá este año el -3,8% frente al -5,3% de Alemania y -4,2% de la zona euro.

Algunos países han afrontado una caída anticipada y más brusca de la actividad en términos de PIB que España, aunque haya sido menor en empleos debido a sus diferentes estructuras productivas y sectores dominantes y también a la mayor calidad de su empleo. Por ello, también parece razonable pensar que, si España entró algo más tarde en la recesión, y ésta ha sido más liviana, la salida también propenderá a ser más lenta porque, a menor ritmo de saneamiento, se necesitará más tiempo para el mismo ajuste. El problema crece para España porque ningún país puede improvisar una nueva estructura. Estos cambios llevan décadas. De la noche a la mañana, España no puede convertirse en Alemania.

Modelo productivo

España está ante una doble encrucijada: tiene que recomponer al mismo tiempo el ahorro y el consumo, cuando se trata de objetivos por lo común antitéticos, y además necesita cambiar de modelo económico, pero no puede esperar a que ello se produzca si quiere restablecer el crecimiento con la misma prontitud que los demás. Demorar el relanzamiento hasta que España haya conseguido cambiar su modelo productivo supondría tanto como abocar la actual recesión a una larga depresión, lo que sería fatal. Por tanto, España tendrá que arar con los bueyes de que dispone. Y esto da para lo que da.

El primero de los desafíos estriba en que, con un fortísimo endeudamiento privado, difícilmente se recuperará la demanda interna mientras familias y empresas no reduzcan deuda y recompongan su situación financiera. Esto ya está ocurriendo ahora mismo. Y esto está contribuyendo a un repunte más lento. El segundo dilema reside en que, pese a ser conscientes de que la economía española ya no debe ni puede seguir empeñándose en transitar por los mismos derroteros fáciles que antaño, tiene que seguir confiando a corto y medio plazos en la demanda interna para salir de la crisis. A esas dos disyuntivas se suma una tercera: si España tiene que confiar en la recuperación de la demanda interna para que su economía pueda repuntar, el relanzamiento del consumo no podrá producirse mientras que no se reduzca el paro. Es un círculo vicioso: si España siguiese dependiendo de forma determinante de la demanda interna, no habrá recuperación mientras no se reanime el empleo; pero el empleo no podrá restablecerse mientras no repunte la demanda.